De entrada, Stanisław Lem muestra el hilo que guiará al
lector a través de su extrañísimo libro Magnitud
imaginaria (Wielkość urojona, 1973): hace
un prólogo que habla del arte de hacer prólogos, y no sólo eso, además los
asemeja a umbrales ricamente adornados por los que el lector podrá atravesar
con el fin de encontrarse con el paisaje de la obra de la cual el prólogo habla…
cosa que, sin embargo, no sucederá en Magnitud
imaginaria, libro hecho de prólogos a obras que tienen la extraña peculiaridad
de no existir. Entonces, Lem nos avisa: serán umbrales o puertas que llevan hacia
la nada, ricamente adornadas, sí, pero hacia la nada, hacia una puerta cegada
con ladrillos.
Y sin embargo, la descripción resulta tan escrupulosa que en algún punto uno lamenta que no existan las obras a las que se dirigen los prólogos, como el de Necrobias, en el que, tras largo proemio, se juzgan los excesos formales de los artistas contemporáneos al querer valerse de la muerte para inquietar al espectador, que desgraciadamente en ningún momento se siente conmovido con la perfecta representación de las entrañas humanas, salvo en el caso de Strzybisz, que más que las entrañas, se enfoca en mostrar los esqueletos, no en pinturas o grabados, sino en fotografías que, además, no funcionan con luz, sino a través de rayos x. El tema –y ahí también la estridente carcajada de Strzybisz– es el coito humano, o para decirlo con más exactitud, la pornografía. En el prólogo se exalta el humorismo cruel de las obras de Strzybisz, ya que las ridículas y desvergonzadas posiciones de los esqueletos, así como el aura insinuada de la carne y el cabello, dota a las imágenes de una patina de ambigüedad que oscila entre el descaro torpe y la candidez desvergonzada.
Y sin embargo, la descripción resulta tan escrupulosa que en algún punto uno lamenta que no existan las obras a las que se dirigen los prólogos, como el de Necrobias, en el que, tras largo proemio, se juzgan los excesos formales de los artistas contemporáneos al querer valerse de la muerte para inquietar al espectador, que desgraciadamente en ningún momento se siente conmovido con la perfecta representación de las entrañas humanas, salvo en el caso de Strzybisz, que más que las entrañas, se enfoca en mostrar los esqueletos, no en pinturas o grabados, sino en fotografías que, además, no funcionan con luz, sino a través de rayos x. El tema –y ahí también la estridente carcajada de Strzybisz– es el coito humano, o para decirlo con más exactitud, la pornografía. En el prólogo se exalta el humorismo cruel de las obras de Strzybisz, ya que las ridículas y desvergonzadas posiciones de los esqueletos, así como el aura insinuada de la carne y el cabello, dota a las imágenes de una patina de ambigüedad que oscila entre el descaro torpe y la candidez desvergonzada.
El siguiente prólogo, La
erúntica, es quizás el más alucinante de todos debido a la
minuciosidad con
la que Lem describe la investigación llevada a cabo por el científico
bacteriológico Reginald Gulliver (el nombre no es gratuito, como no tardará en comprobarlo el lector), que en un arranque de aburrimiento genera una
idea que le
parecería absurda a un puñado de dementes: enseñar la lengua inglesa a
una
colonia de bacterias a través del código Morse. No obstante, la
metodología del
estudioso no tiene nada de vesánico: conocida la capacidad de bacterias
como la
Escherichia Coli de adaptarse a las
sustancias que la ciencia humana ha generado para eliminarlas, Gulliver hace que
desarrollen, mediante miles de experimentos, la capacidad de comunicarse so
pena de un exterminio masivo. Los resultados de sus experimentos, primero
sumamente rústicos (hacer que formen una línea o un punto), con los años lo
llevarán a la creación de generaciones enteras de bacterias tan desarrolladas
como la E. coli eloquentissima, con la capacidad de comunicarse de forma
escrita aunque con feas faltas de ortografía, la E. coli poetica, capaz de
hacer versos métricamente perfectos aunque de mala calidad literaria, hasta la
E. coli prophetica, capaz de ver con suma antelación (y además de consignarlo por
escrito) catástrofes que pueden suceder a su propia comunidad o incluso a los
seres humanos. Desgraciadamente, los avances de Gulliver se ven interrumpidos por
su muerte, después de haber publicado La
erúntica y justo en el momento en el que intentaba enseñar la escritura microbiológica a los bacilos del cólera.
El
siguiente prólogo, hecho a la compilación en 5 volúmenes
dedicados a la literatura bítica –que engloba todas la obras cuya
procedencia no sea directamente humana–, nos muestra que ha llegado el momento en el
que las máquinas son capaces de generar
obras literarias sin que el hombre haya tenido nada que ver en la gestación. Es
así que en
cierto momento, una computadora, en una fase de «relajación» tras la
traducción al inglés de todas la novelas de Dostoievski, logra escribir
la novela La niña (Dievochka), que él nunca escribió, pero
que
encajaría perfectamente en sus obras completas. Y además lo hace con tal
maestría, que "el eslavista John Raleigh describe en sus memorias el
sobresalto que sufrió al recibir un ejemplar mecanografiado de la obra
rusa". Es decir, Dostoievski nunca escribió La niña, pero el ordenador encargado de la traducción de sus novelas encontró, de forma relativamente fácil, una «laguna» en el corpus de la obra del escritor ruso, y La niña sería precisamente el eslabón «que faltaba». A partir de ese ejemplo radical, muchos temerán que el mundo se infeste
de «obras maestras», que lo cubrirían todo como si fueran basura...
Finalmente, tenemos el prólogo y algunas páginas muestra de la Extelopedia Vestrand, que fue creada a partir de la pérdida de vigencia de la información en las enciclopedias comunes y corrientes, las cuales resultaban caducas en el momento mismo de imprimirse. Por ello, la Extelopedia Vestrand busca, mediante sus dieciocho mil computadores futurológicos, que su información (compuesta por noticias que sobrevendrán en todos los ámbitos de la cultura, la sociedad, la ciencia, las religiones, etc.; así como por palabras comunes, slang, frases, sintaxis y gramática de las lenguas que la humanidad utilizará en el futuro) se adelante a los hechos en varios años con una verosimilitud del 99.0879%, de tal manera que "no solamente prevé lo que pasará si ocurre algo, sino que, además, predice con gran exactitud qué pasará si eso no ocurre en absoluto".
Magnitud imaginaria no podría ser considerado un simple libro de ciencia ficción, ya que no busca la espectacularidad facilona que suele ser sustancial en la estructura de esa clase de obras. Al contrario, Stanisław Lem desecha ese lugar común y apuesta por una lluvia de cuestionamientos filosóficos que, a partir de la sistemática hiperbolización futurista y de un humor que arrasará con gran parte de las certezas de las que forman nuestra vida, llevan al lector hacia la exploración de las manías que han rondado a los seres humanos desde el momento mismo en que se percataron de la singularidad de su propio raciocinio. Una joya, para decirlo en pocas palabras.