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lunes, 5 de septiembre de 2011

El volcán, el mezcal, los comisarios, de Malcolm Lowry

Suele ser motivo de desconfianza que un escritor hable de su propia obra, sobre todo porque de esa manera suele dejar al lector a merced de interpretaciones que quizás nunca habría sido capaz de encontrar por sí mismo. Muchos prefieren que el lector se encamine mediante sus propios senderos a través de una obra, sin rebuscadas o quizás ininteligibles teorías hermenéuticas.

La carta del 2 de enero de 1946 que Malcolm Lowry enviara a Jonathan Cape, editor en inglés de Bajo el volcán –novela pensada para formar parte de un grupo de seis o siete que ya no escribió, y que hoy es su obra principal–, para defender la obra tal como había sido escrita contra la opinión de un lector anónimo que se quejaba de ciertos excesos formales y que proponía algunos cortes en varios capítulos, es sin embargo una glosa que bien podría fungir como apostilla para un volumen de colección, ya que la multitud de temas que explora a la hora de defender, y por tanto interpretar, su propia creación han seguido vigentes entre su más fieles seguidores, que se han visto incapaces de agregar algún otro tópico más allá de lo que el propio Lowry menciona: los doce capítulos como una representación tanto circular como cabalística, el descenso a los infiernos totalmente emparentado (y bajo la forma de una parodia un tanto agria) con el dantesco, el absurdo que se trasmina en ciertas escenas, así como el humor equívoco que subyace en otras tantas, la falta de un dibujo más preciso de los personajes, el flujo de consciencia muy al estilo modernista, la parodia y diálogo con el Ulysses, de Joyce, etcétera.

Con esa carta queda claro además que Lowry sabía perfectamente la clase de obra que había hecho, y que confiaba en que el lector sabría escuchar el ritmo y humor requeridos para disfrutar Bajo el volcán sin la impaciencia que demuestra el lector anónimo de Cape ante ciertos capítulos.

En la segunda carta que integra el volumen de El volcán, el mezcal, los comisarios, enviada al abogado Ronal Paulton, veremos las pesadillescas peripecias que tendrán que padecer Malcolm Lowry y su segunda esposa, Margerie Bonner, desde el 10 de marzo de 1946 hasta principios de mayo del mismo año, cuando Malcolm hace su segundo viaje a México después de haber escrito Bajo el volcán bajo la profunda impresión que significara su estadía en México de 1936 a 1938. Un equívoco con relación a las fechas de estadía del escritor será suficiente para que se vean arrastrados al remolino de la kafkiana burocracia mexicana, que inexplicablemente parece complacerse en sustraerles el mayor número de dólares y hacerlos dar innumerables vueltas entre Cuernavaca y la ciudad de México, hasta que finalmente consiguen salir, casi por piedad de un funcionario de migración, por Nuevo Laredo, justo cuando serían deportados humillantemente. Nunca regresarán a México pese a su gran amor por el país.

Como lo había dicho líneas atrás, al final las dos cartas que conforman El volcán, el mezcal, los comisarios pueden fungir como apostillas que que pueden llevar la lectura de Bajo el volcán a niveles que de otra forma seríamos incapaces de alcanzar.

domingo, 17 de abril de 2011

Bajo el volcán, de Malcolm Lowry



En pleno Día de Muertos, el 2 de noviembre de 1939, dos hombres, M. Laruelle y el doctor Virgil, recuerdan con estupor y amargura los sucesos ocurridos justo un año antes, en Tomalín, pueblo situado casi a las faldas del volcán Popocatépetl, a unos 15 km de la ciudad de Quahnáhuac (antiguo nombre nahuatl de Cuernavaca), y que además sería el último día en la vida del el ex cónsul británico Geoffrey Firmin. Pero eso no tendría mucho de particular si no supiéramos, poco a poco, que el ex cónsul ha vivido algún tiempo en México, país que parece encarnar una suerte de "paraíso infernal", en el que es posible contemplar cielos y paisajes de ensueño y al mismo tiempo ser el escenario de su hundimiento cada vez más inexorable en el alcohol. Las borracheras –producto de su soledad y su traición a los más grandes ideales en un mundo que comienza a ser precipitado hacia el incendio de la Segunda Guerra Mundial– son cada vez más siniestras en Geoffrey, al grado de experimentar lúgubres temblores y no pocos lapsos de delirium tremens, los cuales sólo pueden disminuir su intensidad siguiendo el curso a su círculo vicioso; es decir, bebiendo más alcohol.

Y es quizás debido a ese infierno que su esposa Yvonne lo abandona a su suerte, fastidiada de lidiar con él y su caterva de fantasmas. Pero inexplicablemente, al menos así suele ser el amor, regresa a buscarlo a Quauhnáhuac, algo sumamente inesperado para M. Laruelle, con quien parece haber tenido una aventura fruto del despecho. Ahora bien, al igual que la reverenciada Ulises, de Joyce, Bajo el volcán (Under the Volcano, 1947) retrata un día –en este caso el último– en la vida de Geoffrey, a través de flashbacks que van mostrando algunos momentos de su pasado en común, por lo general lleno de sueños truncos, con Yvonne. Ella regresa con Geoffrey con la esperanza de que abandonen ese México que parece desatar sus demonios y así comenzar una nueva vida juntos; pero el Cónsul parece decidido a seguir hasta el final un camino de autodestrucción inexorable.

Pero no sólo es Yvonne quien busca rescatar al Cónsul de ese camino de perdición. También Hugh, su propio hermano, un tipo idealista y un tanto revolucionario que a sus veintinueve años aún busca salvar al mundo a través de un marxismo "puro", va por él para hacerlo entrar en razón. Y para ello deberán seguir al Geoffrey a través de un recorrido alcohólico, alucinante, lleno de presagios funestos, como un caballo marcado con el número siete y un indio agonizante en plena carretera hacia Tomalín, donde la muerte rondará sus destinos con un escenario hermoso y pesadillesco: los volcanes adentrándose en el cielo conforme el día avanza hacia una noche de abundante mezcal, personajes torvos, vegetación exótica, trágicas coincidencias y una furibunda tormenta.

La crítica suele ser unánime a la hora de juzgar Bajo el volcán: es quizás una de las mejores novelas inglesas del siglo XX, lo mejor que pudo escribir el atormentado Malcolm Lowry, y que estuvo a nada de consumirse para siempre en un incendio. Pero más allá del anecdotario y los extraños accidentes que empedraron el camino no sólo de la novela, sino del propio escritor inglés, el retrato realista que hace Lowry, aunque salpimentado de alcohólica fantasía, de un México bello y feroz, en lucha constante contra sí mismo, quedará en la mente de muchos fascinados por ese extraño país que ofrece la promesa de un "infierno heroico" para los más osados.