Luego del secuestro del príncipe Tonio y de una hambruna que amenaza la supervivencia de los súbditos de su reino, el rey Leonzio, acompañado por sus fieles osos, decide descender de las altas cumbres montañosas de una Sicilia maravillosa y perdida en el tiempo de los tiempos para enfrentarse a las huestes y los monstruos al servicio del Granduca, el tirano que reina en la isla. Así, tras numerosas y fantásticas aventuras, entre las que se pueden contar su enfrentamiento contra los jabalíes voladores de Molfetta, los espantosos y amigables fantasmas de la Rocca Demona, o el terrible combate contra el sanguinario Gato Mammone, el cual desembocará en una gran batalla a las puertas del castillo del Granduca de la que resultarán victoriosos, los osos permanecerán durante varios años en la ciudad al lado de los hombres, con lo que su esencia se verá contaminada por los vicios y las vanaglorias humanas, de tal suerte que Leonzio, tras el trágico desenlace de un enigma, decidirá regresar a su idílica morada en lo alto de las montañas... La famosa invasión de los osos en Sicilia (La famosa invasione degli orsi in Sicilia, 1945) es un libro sumamente divertido e imaginativo, narrado como una epopeya de aventuras (con versificaciones e ilustraciones del propio autor incluidas) en la que Buzzati no menosprecia la inteligencia del lector joven, sino que lo induce a identificar muchos de los matices que conforman la contradictoria naturaleza humana.
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miércoles, 17 de septiembre de 2014
viernes, 22 de noviembre de 2013
El colombre, de Dino Buzzati
El extraño mundo poblado de paradojas que Dino Buzzati legó a la literatura muestra algunos de sus paisajes más coloridos en El colombre, volumen de cuarenta y cuatro relatos cortos publicado originalmente en 1966. El desfile de personajes y situaciones que ahí podemos encontrar resulta asaz variopinto: una bestia mítica que sólo puede ser vista por quien será su víctima y por los familiares de ésta, aunque su misión sea menos terrible de lo que aseguran las leyendas; el inesperado secreto de un escritor que, gracias a sus éxitos, consigue el odio empedernido de sus contemporáneos; las tentaciones que ciertos ángeles provocan en Dios a la hora de crear a las criaturas que habrán de poblar la Tierra, incluido, por supuesto, el ser humano; las burlas que sufre un niño que tendrá un papel fundamental en la Historia durante su vida adulta; una cadena de inexplicables muertes asociadas a los adictos al poder, con lo que se vislumbra la utopía de la igualdad entre los hombres; las trampas atemporales del maligno, encarnado en un repulsivo y exquisito sastre; la descripción, por parte de un periodista, del infierno, el cual luce muy semejante a las ciudades humanas, aunque plagado de obsesiones vesánicas; un jardín falsamente tranquilo que podría pertenecer a cualquier casa en cualquier parte del mundo; la persecución violenta contra gente que ya no cabe en el concepto de "juventud"... en fin. Todos los relatos están enrarecidos por un aire en el que se mezcla una pizca de absurdo con una psicología del arrepentimiento, de la indecisión, de las oportunidades perdidas, de las tentaciones cotidianas, de complejos de inferioridad; y aunque quizás no sea la obra más grande de Buzzati, sí lo reafirma como uno de los autores más originales del siglo XX, no sólo en Italia —tierra de por sí prolífica en autores inclasificables—, sino en el panorama de la literatura mundial.
lunes, 13 de febrero de 2012
El desierto de los Tártaros, de Dino Buzzati
Giovanni Drogo ha culminado sus estudios en la academia militar y, con el grado de teniente, es enviado a prestar servicio en la fortaleza Bastiani, ubicada en una montaña pedregosa, en los límites territoriales del imperio. Allí, a la orilla de un desierto que se extiende hacia el norte, pasará casi tres décadas a la espera de ese acontecimiento especial que cree que la vida le ha reservado: la gloria que se obtiene a través de las armas en una guerra contra los enemigos que habitan allende el desierto, a los que genéricamente todos llaman “los tártaros” y que no han atacado por ese flanco desde épocas inmemoriales.
En un principio Drogo pensaba huir de la fortaleza, sobre todo cuando se da cuenta de cuán aislada estaba de esa vida a la que él mismo había pertenecido, en la que había mujeres bellas, amores, fiestas, noches de música embriagadora, comida y vino en abundancia. Los oficiales, de alguna manera contagiados de esa nube de soledad e inercia, sólo consiguen que Drogo persista en su idea de fuga, y cuando está a punto de perpetrar una triquiñuela para huir de allí, la visión del misterioso desierto lo hace vacilar y de pronto cree entrever su destino: en algún momento –tiene de pronto la certeza– de allí llegarán las hordas enemigas como en tiempos antiguos y él, que es joven y cree tener toda la vida por delante, deberá estar listo para cumplir el gran destino que supone le está reservado.
Así es como empezará su espera. Una espera sembrada de dudas que van y vienen cuando el tiempo, casi siempre invisible, deja ver algunas huellas de su paso: los vientos otoñales, la nieve, el regreso de la primavera a través de la cantarina voz de los arroyos que se forman a partir de la nieve fundida y del regreso de los cantos de las aves. Así, más que por el paso de los días, los cuales son un desfile monótono e invariable, el tiempo estará marcado por las estaciones y las pocas ocasiones en que algún afortunado consigue escapar de la fortaleza Bastiani, la cual parece ejercer un extraño poder sobre sus habitantes, quienes en su mayoría se ven incapaces de abandonarla.
Un día, sin embargo, hay una ligera variante en los días siempre iguales de la fortaleza: de algún lugar llega un caballo desconocido que altera la cotidianidad de los vigías y los altos mandos y que, además, provocará crispaciones en los nervios de varios oficiales, quienes sin nada mejor que hacer, se ponen a seguir las normas con un celo sólo explicable por el exceso de soledad. Hay una muerte nacida de la necedad y de un ridículo descuido, y lo que parecía que sería la primera señal de los días que todos esperaban, se convertirá en un mero problema de delimitación de bordes fronterizos.
Después de aquel incidente, un desilusionado Drogo querrá ahora sí huir de la fortaleza y hará lo posible por abandonarla, incluso regresar a su pueblo natal y ver cómo ha cambiado aquello que alguna vez constituyera su vida: la casa materna, los amigos de su juventud, alguna mujer con la que otrora se había soñado compartiendo la vida. Pero se interpondrán las pegajosas telarañas de la burocracia y entonces estará condenado a permanecer en la fortaleza, cada vez más aislada y abandonada.
Tras el paso de los meses, un nuevo incidente alimentará la débil llama de sus esperanzas: un vigía ha descubierto movimientos y luces en la distancia, cosas que podrían significar eso que tanto esperan todos: la construcción de una carretera militar y, por ende, la posibilidad de una invasión de los tártaros, es decir, una razón de ser para la fortaleza y para los pocos oficiales que aún habitan en ella.
Tras el paso de los meses, un nuevo incidente alimentará la débil llama de sus esperanzas: un vigía ha descubierto movimientos y luces en la distancia, cosas que podrían significar eso que tanto esperan todos: la construcción de una carretera militar y, por ende, la posibilidad de una invasión de los tártaros, es decir, una razón de ser para la fortaleza y para los pocos oficiales que aún habitan en ella.
Mas para que la construcción de la carretera prospere, habrán de pasar aún muchos años, y otros tantos permanecerá abandonada hasta que, finalmente, cuando Drogo cuente ya con más de cincuenta años y esté siendo devorado por una enfermedad que lo irá abandonando en una vejez prematura, todos se prepararán para esa guerra tan anhelada en la que –amargas ironías– él ya no podrá participar. Pero aun en la derrota, tendrá la oportunidad de un desagravio personal con la vida, si bien de forma silenciosa y tal vez inútil.
Sería difícil referirse a El desierto de los Tártaros (Il deserto dei Tartari, 1940) sin emplear las palabras grandilocuentes que muchos suelen usar a granel cuando se refieren a obras de tanta amplitud alegórica; así que apenas diré un par de cosas que se quedaron resonando en mí durante varios días: una es la desolación, en la que los sueños de grandeza de Drogo chapalean como en un pantano; y la otra y más terrible aún, es la espera que dibuja Buzzati, una espera que parece el objetivo principal de toda una vida, de todo un puñado de vidas, pero que al final resulta ser sólo un muro a cuya sombra todos vegetan y que nadie se atreve a sortear. Y entonces todos se resignan a permanecer en un terreno yermo en donde las ilusiones aúllan lastimosamente, sin la más mínima probabilidad de convertirse en realidad, a menos, claro, de que exista un movimiento, por más pequeño que sea, de parte de la voluntad.
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