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miércoles, 12 de febrero de 2014

Austerlitz, de W. G. Sebald


Con un estilo que recuerda mucho la narrativa sin respiros de Thomas Bernhard, W. G. Sebald emprende con Austerlitz una de sus más altas cumbres narrativas, lo cual, si hablamos del venerado escritor alemán, no resulta poca cosa. La historia de Jacques Austerlitz comienza en 1967, en la estación de Amberes, Bélgica, en donde el narrador –es tentador pensar en el propio Sebald— tropieza con una extraña figura: un hombre alto, de pelo rubio ensortijado, botas de explorador y una vieja mochila del ejército suizo que toma notas arquitectónicas y elabora dibujos de la estación. A partir de ese momento comenzará una extraña amistad entre ambos, llena silenciosos años e intensos monólogos de Austerlitz, cada vez que, inopinadamente, se encuentran en alguna ciudad europea. Austerlitz acaparará la palabra en un torrente continuo en el que se mezclarán sus prolijos conocimientos arquitectónicos e históricos con pequeñas referencias a su propia vida, una vida que, empero, parece surgida de un enigma que se irá resolviendo a lo largo de la novela. Y es que Austerlitz poco a poco descubrirá que su pasado ha sido una mentira, que desde que a los cuatro años de edad llegó a vivir a la casa de un melancólico párroco en Gales, todos los sucesos posteriores han pertenecido a alguien que parece no ser él mismo.

La manera en que Austerlitz va descubriendo las pistas que aclaran su pasado va de la mano con una inexplicable depresión que se infiltra en su alma poco a poco, de tal suerte que se vuelve un tipo siempre solitario, sin amigos o amantes en los que pudiera confiar sus inexplicables y cada vez más frecuentes accesos de angustia. Poco a poco le llegarán fragmentos de recuerdos, pistas que armará como rompecabezas hasta llegar a Praga, a lo sucedido en la fortaleza de Terezín, que los alemanes habrían convertido en gueto judío y posteriormente en campo de concentración. De esta manera, la historia de Austerlitz se convertirá también en la de toda esa gente que quedó naufragando en el desamparo de la falta de identidad después del huracán de la Segunda Guerra Mundial. 

La narración de Sebald no deja lugar para descansos, desde el momento en que el narrador encuentra la extraña figura de Austerlitz en la estación de Amberes, pasando por sus posteriores y fortuitos encuentros —aderezados, fiel a su estilo, con fotografías, documentos o ilustraciones que dotan de una veracidad casi táctil a la narración— mantiene un tono lleno de inquietud, melancolía y algo innombrable y desgarrador que demuestra los abismos a los que lleva una identidad arrancada de raíz por la fuerza de la Historia. Un libro desolador e imprescindible tanto para entender la historia del siglo XX, como para comprender los senderos literarios que han sido vanguardia en la Europa Central.

sábado, 29 de octubre de 2011

Vértigo, de W. G. Sebald

No es tarea sencilla hablar de un libro como Vértigo (Schwindel. Gefühle, 1990), del venerado Winfried Georg Maximilian Sebald, aunque los hilos conductores resulten evidentes casi desde las primeras frases: el viaje, la melancolía, pero por sobre todas las cosas: la memoria, la ilación de los recuerdos en busca de algo que se asemeje a un significado. Los cuatro episodios, de dimensiones casi simétricas, salvo el primero, significativamente más corto que los otros tres, apelan a la evocación desde los anclajes de un viaje que por motivos, a veces quizás un tanto pueriles, se va convirtiendo en algo inquietante que culmina con una huida precipitada, con un cambio de planes inexplicable, o con el examen minucioso de ciertas vivencias que quizás han marcado la vida más de lo que se hubiera sospechado en un principio.

Beyle o el extraño hecho del amor. En el primero, y también único contrapunto con la “autobiografía” que permea en los otros tres, podemos ver una suerte de biografía de un joven soldado de diecisiete años llamado Henry Beyle, uno de los pocos que después de haber estado en las filas de Napoleón, obtendrá fama en el futuro como escritor bajo el pseudónimo de Stendhal, y que cae en las trampas de la memoria cuando intenta recobrar aquel viaje hecho por tierras italianas en 1800, y del cual saldrá una obsesión amorosa por una cortesana y por la ópera. Y también un libro nacido de la desesperación, Del amor, en el que hace una especie de recuento de situaciones tanto reales como ficticias de sí mismo. Al mismo tiempo que un relato, parece el proemio al resto del libro: ese viaje por tierras italianas se repetirá desde distintos ángulos y con diversos guías en los otros tres episodios.

All’estero. Comienza como una ansia de cambio de aires. Sebald sale de Inglaterra, donde lleva casi 25 años viviendo, para ir a Viena y menguar un poco un periodo de mutismo exacerbado. Sin embargo, una vez allí, se encuentra con una soledad definitiva, al grado de que camina hasta la madrugada y comienza a tener alucinaciones con gente del pasado, casi todas personas que no veía desde hacía muchos años, pero también con personajes de otros tiempos, como Dante Alighieri durante su época de exilio. Semejantes visiones, así como pequeños accidentes personales (haber visto hechos jirones sus zapatos por dentro) lo hacen tomar la determinación de ir a Venecia. De esa forma desplegará un recorrido tanto a través de los pequeños y extravagantes vicios de su propia mente, ciertos personajes (Casanova por ejemplo, en su calabozo del Palacio Ducal, o un par de adolescentes casi idénticos a Kafka tal como aparece en una de sus famosas fotografías, y que le originarán un episodio en el que aparecerá como un absurdo pederasta) o la búsqueda un tanto obsesionada de Pisanello, lo cual lo lleva a Verona. Y asimismo el remolino de ensueños y elucubraciones de tinte kafkiano que fluyen por todas partes de forma anodina, o bien, al filo de la angustia.

Viaje del doctor K. a un sanatorio de Riva. En esta suerte de descripción de una carta biográfica de un tal doctor K., vicesecretario del Instituto de Seguros de Accidentes de Trabajo de Praga, Sebald hace un diagrama concienzudo acerca de un hombre acosado por alucinaciones y detalles aterradores o significativos en cada pequeño acontecimiento, algo como lo que él mismo experimenta en sus viajes. El doctor K. huye de Viena, justo cuando iba a participar en un congreso sobre socorrismo e higiene en 1913, para irse a Trieste, y después a Venecia cruzando el Adriático en barco. Las alucinaciones y una oscura disposición de ánimo siempre lo acompañan, así como una misteriosa multitud de personas que sólo él consigue ver. Tras cuatro días se dirige a Verona, a Desenzano y finalmente al sanatorio de Riva, donde se someterá a un tratamiento y tendrá una fugaz aventura con una genovesa. Además habrá un suicidio y algunas otras tormentosas escenas que, sin embargo, se cortan de pronto sin más explicación, dejando la duda de si todo ha sido la invención de un demente, o el registro de años llenos de una oscuridad constantemente angustiosa.

Il ritorno in patria. Después de haber estado durante el verano de 1987 en Verona, Sebald decide regresar a Inglaterra no sin antes pasar por W., su pueblo natal en Alemania, y al que no había vuelto tras más de treinta años. Así emprenderá un recorrido por sus recuerdos infantiles a partir de los cambios que ve a su regreso y de las charlas que sostiene con algunos sobrevivientes de ese pasado. Y es que, además de evocar el pueblo y algunos de sus habitantes, saldrá a relucir también su primer amor imposible, el primer cadáver que pudo ver de cerca y las dos semanas en las que estuvo gravemente aquejado por la difteria, acontecimiento que habría significado un parteaguas en su existencia, ya que lo tuvo no sólo en cama, sino también al borde de un abismo irresistible y oscuro, desconocido y familiar, que es como solemos ver a la muerte a esa edad. Después de un mes aproximadamente regresará a Londres, seguido de cerca siempre por esas extrañas sombras que parecieran andar con él a cada paso, y con un incendio descomunal como escena de fondo en la que se cerrará el marco de las evocaciones.

Ante la imposibilidad de sobrevolar con algo de coherencia un libro como Vértigo, sólo puedo hablar de impresiones: creo que Sebald trasmina una implacable y sorda inquietud en todas las descripciones de un viaje, sin importar lo anodinas que parezcan. La posibilidad de que todo esté conectado o relacionado de alguna misteriosa manera, hace que los acontecimientos más nimios, se vean rebosantes de significados, a veces pueriles, a veces escabrosos, como secretos terribles que sin embargo deben ser desmenuzados para extraerles el posible veneno. Y pese a la aparente inconexión entre los cuatro episodios del libro, al final imagino el meticuloso examen de los lados de un solo e irregular polígono que consta de memoria, erudición, amor, muerte, enfermedad, melancolía, literatura y el torrente de sangre que alguna vez fluyó entre todos ellos para darles vida.