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domingo, 13 de marzo de 2016

Guerra y guerra, de László Krasznahorkai



Guerra y guerra (Háború és háború, 1999)

Korin ha fungido como historiador en el archivo de un pequeño poblado en la provincia húngara. Durante muchos años su cotidianidad ha consistido en hacer siempre lo mismo. Pero un día se encuentra con un manuscrito de hace varios siglos, y luego de echarle un ojo y quedar fascinado por esa extraña prosa, la cual parece esconder un misterio insondable, decide sustraerlo del archivo. Es decir, se convierte ante sus propios ojos en un ladrón. A sabiendas de que su vida se ha descarrilado de un transcurrir monótono y apacible, esa misma tarde decide abandonarlo todo y huir hacia Nueva York —«hacia el centro del mundo», como él mismo dice— para encontrarle una especie de eternidad al manuscrito a través de Internet. De esa manera comenzará su odisea, cuando es atacado por un grupo de adolescentes en un puente de la estación de trenes, y de quienes logra escapar gracias a un extraño ataque de verborrea con el que oscuramente les cuenta su vida, llena de mediocres fracasos, de explicaciones innecesarias, de tartamudeos y miedo convertido en torpes palabras acerca de su nimia personalidad. Así, gracias a su anestésica, patética y aburrida perorata logra evadir a los adolescentes  y se pone a cavilar en cómo culminará su existencia una vez que cumpla ese inesperado objetivo de su vida. Tras cruzar el océano Atlántico, en medio una serie de burocráticas y absurdas aventuras, todas nacidas de su insospechada audacia, arriba por fin a Nueva York, donde reside durante varias semanas con una pareja a la que paga por rentarle un cuarto. Y conforme va transcribiendo el manuscrito a un sitio de Internet, les relatará, sobre todo a la mujer, las aventuras descritas en el misterioso texto: el regreso a casa de dos amigos luego de una guerra de la que no se hace mayor mención, salvo quizás de manera filosófica. Sin embargo, luego de encontrar que una sorda violencia ha barrido con todo a su paso, Korin huye de Nueva York hacia Schaffhausen, en Suiza, en busca de culminar, ahora sí, sus días, no sin antes contemplar, y si se puede, pasar al menos una hora en el interior de una escultura de Mario Merz, que lo había, por decirlo así, embrujado en medio de su febril huida... Es curioso: cuando pasé la última página de Guerra y guerra, más que cualquier reflexión acerca del estilo o la trama, me vino a la mente una idea febril, nebulosa: que acababa de leer, paso a paso, uno de los muchos caminos que pueden conducir a la locura.

martes, 16 de agosto de 2011

Al Norte la montaña, al Sur el lago, al Oeste el camino, al Este el río, de László Krasznahorkai


Cien hermosos jardines era la obra preferida del nieto del príncipe Genji, ya que en último lugar allí se mostraba la ilustración de un jardín que parecía ser “el perfeccionamiento supremo de la idea del jardín”, algo que “expresaba lo infinitamente simple mediante fuerzas infinitamente complejas”. Por eso, cuando el único ejemplar se perdió inexplicablemente, tras encargar a destacados académicos y eruditos la búsqueda, en apariencia inútil, de dicho jardín, los castigos y ejecuciones abundaron entre los siervos del príncipe Genji con el fin de encontrar al responsable de haberse robado el único ejemplar.

No contento con ello, antes bien sumamente desasosegado, el príncipe Genji decide sustraerse a la vigilancia de los esbirros del palacio para ir en busca de ese lugar que acaso fuera mítico. Y es así que toma el tren hacia Keihan para buscar en sus alrededores ese lugar que no ha sido mancillado durante mil años por las miradas humanas, un lugar en donde se cree que hay un buda mirando hacia atrás debido a las bellas palabras que profiriera un vagabundo profeta. Es decir, comienza un viaje que podemos catalogar como novelesco, porque, como en todo viaje, será el constante movimiento lo que dará sentido a su búsqueda, más que el lugar buscado que, paradójicamente, pasará desapercibido para el único personaje de esta novela «etérea», en la que el viento, las calles, la naturaleza, la arquitectura e incluso un libro que intenta quitar al infinito su manto de sacralidad, son quienes lo dotan de algo semejante a un hilo narrativo.

A pesar de su breve extensión, Al Norte la montaña, al Sur el lago, al Oeste el camino, al Este el río (Északról hegy, Délről tó, Nyugatról utak, Keletről folyó, 2003) no es una novela que resulte sencilla de leer. La ausencia de una trama común y corriente puede desesperar a un lector incapaz de ser cómplice de un ritmo de lectura que escapa de lo usual, por lo que bien podrían comenzar con los bostezos monumentales y el fastidio desamparado; pero si se es un fanático del lenguaje y sus giros, esta novela de László Krasznahorkai será un hallazgo pletórico de imágenes y escenarios poco o nada comunes.

jueves, 20 de enero de 2011

Melancolía de la resistencia, de László Krasznahorkai


Una ciudad anónima de Hungría sumida bajo toneladas de basura, con hordas de gatos patrullando cada vez con menos temor a los transeúntes en las calles nocturnas. Un invierno gélido, cortante, aunque sin nieve. Un circo cuya mayor atracción es el gigantesco cadáver de una ballena y un minúsculo y diabólico engendro con poderes magnéticos, el cual será capaz de instigar a una violencia inexplicable, acaso cíclica, a través de la consigna “haced de las ruinas un todo”… Es el preámbulo de una noche de salvaje violencia y destrucción por parte de nutridos grupos de facinerosos, quienes, sin saberlo, servirán para la instauración de un nuevo orden que no podrá sino cometer los mismos errores del pasado. La novela está narrada a partir de las andanzas de cuatro personajes principales (la señora Pflaum, la señora Eszter, Valuska y el señor Eszter), de los que sabremos su pasado, presente y un atisbo de su futuro, siguiendo las acciones que van realizando.

Señora Pflaum. Madre de Valuska, pequeñita y pechugona, sumamente burguesa, dulzona, adicta a las comodidades y un tanto ridícula. Llega a la ciudad tras un viaje en tren lleno de malentendidos, incluido el acoso sexual de un viejo errante que, más tarde, en medio del salvajismo y la confusión, se cobrará con lujo de violencia el involuntario desprecio de la señora Pflaum. Ha enviudado dos veces y su único hijo, Valuska, le suministra incesantes dolores de cabeza debido a que lo cree un retrasado mental y un borrachín irremediable, tal como a su difunto esposo. La noche de la revuelta intentará arrancarlo de la turba enloquecida, con lo que labrará su propia perdición.

Señora Eszter. Gigantesca, enérgica y viril. Es una dirigente menor de la ciudad que ama intensamente la racionalidad de los “nuevos tiempos”, por lo que detesta los blanduzcos vicios de la burguesía. Es la esposa del señor Eszter, respetado músico e intelectual. Cuando su esposo la corre de casa, harto de su incurable vulgaridad, ella se va a vivir a un cuartucho miserable en el que recibe cada tanto a su amante, el alcohólico y pequeñín jefe de policía. Durante los inviernos se siente como pez en el agua, pero en los veranos sufre terriblemente los bochornos. No soporta que se le contradiga y está acostumbrada a imponer su voluntad a los demás. La noche de la revuelta calcula maquiavélicamente los desastres que se producirán y decide intervenir en el momento justo, con lo que consigue convertirse en la principal cabeza de la ciudad.

Valuska. De unos treinta y cinco años, es hijo de la señora Pflaum, quien no quiere saber nada de él debido a que parece sufrir un retraso mental. Pero es simplemente un enamorado de la bóveda celeste, del milagro de la vida planetaria, de los cielos casi siempre ocultos tras un grueso biombo de nubes. Posee una ingenuidad proverbial y sobrevive apenas repartiendo diarios, aunque también agota sus noches en la taberna de Pfeffer, donde divierte a los parroquianos con su relato, siempre el mismo, acerca de la perfección de las esferas celestes. Es el único amigo y paciente escucha del señor Eszter. La noche de la revuelta, al tratar de proteger la casa del señor Eszter, ubicada en la avenida Wenckheim, se verá arrastrado entre los facinerosos, quienes le arrancarán para siempre la inocencia y el habla a través de la minuciosa violencia que desatan entre los indefensos. Es el único que sospecha la destrucción que sobrevendrá en la ciudad al escuchar por azar los gorjeos del diabólico engendro, conocido también como El Duque.

Señor Eszter. Pese a ser un respetado intelectual en la ciudad, él se siente hastiado de su antiguo amor por la música, de la sociedad, y por supuesto de su esposa, la señora Eszter, “que le recordaba sobre todo a los implacables mercenarios de la Edad Media”. Un día decide correrla de su casa y él se entrega a un retiro voluntario, lleno de abulia e inmovilidad, y al único que permitirá visitarlo es a Valuska, a quien considera un ser angelical, en el sentido bíblico del término, aunque también tolerará que la señora Harrer irrumpa en su casa para limpiarla de vez en cuando. El día previo a la revuelta, sale de su casa con Valuska, después de mucho tiempo de encierro, para cumplir una tarea que maliciosamente le encarga su aún esposa. Así concibe una nueva vida con Valuska, a quien desea adoptar en su propia casa tras comprender finalmente su valía. Sin embargo, con el estallido de la revuelta, sólo tiene mente para pensar en Valuska, que desaparece sin casi dejar rastro. Su vida dará un giro de ciento ochenta grados después de ello.

En un principio Melancolía de la resistencia (Az ellenállás melankoliája, 1989), del escritor húngaro László Krasznahorkai, me pareció un reto de dimensiones por lo menos considerables. La cantidad de páginas por capítulo (entre cuarenta y cincuenta), y la extraña peculiaridad de que dichos capítulos carecen de pausas para “tomar aire”, reforzaban esa sensación. Sin embargo, la fluida prosa de Krasznahorkai, más semejante a un torrente de pensamiento que a una narración descriptiva, amén de la cuidadísima traducción de Adan Kovacsics (en la edición de Acantilado), volvieron la experiencia algo sumamente entrañable. Incluso me atrevo a decir que la escasez de pausas me obligaron a entregarme por completo a cada capítulo, de principio a fin, con lo que de un momento a otro me vi finalizando el libro, casi sin darme cuenta. El humor negro, que tanto ponderan algunos, más que un protagonista es una especie de vibración que atraviesa toda la novela, enfocada más, a mi parecer, en mostrar un ambiente opresor y oscuro del que es inútil escapar, so pena de caer en la trampa de una muerte absurda o al menos de una desgracia cíclica. Una excelente manera de entrar al mundo de László Krasznahorkai.