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jueves, 25 de febrero de 2016

Hambre, de Knut Hamsun


Un joven vive solo en Cristianía, "esa ciudad singular que nadie puede abandonar sin llevarse impresa su huella...". Pero decir "vivir" es una imprecisión. Este joven sin nombre apenas logra sobrevivir. Escribe, quizás porque no puede hacer otra cosa. Y dentro de aquel estanque de inteligencia y profunda sensibilidad sus ideas bullen con una veta de inefable nerviosismo, por lo que rara vez aceptan sus artículos en los periódicos a los que los envía. La miseria lo acecha constantemente, y lo que es aún peor: el hambre. Su estómago vacío se convierte en una presencia que lo lleva poco a poco a las puertas de la locura. Tal vez si no fuera por su orgullo podría conseguir algún mendrugo, pero eso significaría la completa ignominia, el fondo más bajo al que podría llegar un hombre, la ausencia de dignidad. Y por eso en ocasiones pasa varios días sin probar bocado, por el orgullo, porque no quiere que nadie lo vea como a un mendigo envilecido, aunque por su aspecto, cada vez más desastrado, sea como precisamente luce. Y cuando está a punto de abandonarse a la muerte, como sucede en más de una ocasión, alguna inesperada providencia lo salva... como si su salvación estuviera sólo reservada para el último momento. Sin embargo, a ese ritmo sólo será cuestión de tiempo antes de la caída final, y su única esperanza, luego de comprobar que inclusive su inteligencia se ha visto mermada gracias a los padecimientos del hambre, será hacerse a la mar y romper todos los lazos con esa sociedad capaz de verlo degradarse sin apenas mover un dedo en su auxilio...

Hambre (Sult, 1890) es una novela que transcurre a ras de hueso, ahí donde el cuerpo es capaz de dialogar con el alma conforme se va deteriorando y dando muestras de la degeneración de la inteligencia. Las fantasías del protagonista, impulsadas por el envilecimiento que produce el hambre y la mendicidad, mezcladas con una recalcitrante honradez, logran penetrar en la médula del lector, y entonces éste puede verse padeciendo a la par de una vida cuyas esperanzas se van marchitando con cada revés que le propina la existencia.

sábado, 26 de mayo de 2012

Pan, de Knut Hamsun


Publicada originalmente en 1894, Pan es la historia del teniente Thomas Glahn, quien relata en primera persona algunas de las aventuras que tuvo durante la temporada que vivió en Nordland, allí por el año de 1855. Según sus propias palabras, recuerda aquellos días como una forma de pasar el tiempo, que sin embargo, no corre tan rápido como él quisiera, lo cual de inmediato nos pone en el terreno de la sospecha: si el tiempo no corre tan rápido como él quisiera, ¿es porque busca huir de algo, de alguien?

Poco a poco la pluma de Knut Hamsun nos mostrará a Glahn en medio de una vida bucólica, sin un pasado al cual asirse y con una cabaña situada en un bosque de ensueño en el norte de Noruega, acompañado tan sólo por su perro Esopo. La subsistencia diaria basada en la caza y la pesca, y una cotidianidad sin preocupaciones más allá de la constante adoración de los innumerables detalles de la naturaleza. Pero entonces, «de manera casual», conoce a Edvarda, la hija del comerciante, y todo aquello en lo que basaba su vida se trastornará hacia un camino sin regreso. Aunque Glahn no lo admite en sus memorias, el lector se da cuenta en seguida de que cae enamorado desesperadamente, como un imbécil.

Lo curioso es que Edvarda también parece amarlo en un principio, merced a la mirada salvaje de Glahn –de la cual ella menciona que casi parece ‘tocarla’– y a su agradable figura de hombre rudo, la cual también gusta a varias mujeres con las que cada tanto interactúa. Pero Edvarda es una chica caprichosa y coqueta, con lo que saca de quicio al tosco aunque ingenuo Glahn, que de por sí se caracteriza por no saber comportarse entre los miembros de la humanidad, y cada vez actuará de forma menos racional: en cierto momento arrojará el zapato de Edvarda al lago, en otro escupirá al oído de un noble pretendiente, se disparará en su propio pie cuando cree que su amor está irremediablemente perdido, y finalmente, provocará un terrible accidente en el que perecerá una inocente que lo amaba con toda su alma.

Tras ese desafortunado suceso, se marchará a la India, no sin antes dar un tétrico regalo de despedida a Edvarda, que le ha pedido que le deje cuidar a Esopo. A partir de ese momento, la novela se volverá una suerte de epílogo, cambiará de narrador y veremos a Glahn a través de los ojos de otro hombre europeo, de quien no sabremos nunca el nombre, pero que irá a la India con él. Y a pesar de que este nuevo narrador dice odiar a Glahn hasta la médula, ambos vivirán en la misma casa, en donde se verá que su rivalidad nacerá del tedio y del tambaleante amor de una mujer nativa, lo que poco a poco enturbiará su relación hasta un punto insostenible del que derivará la muerte de Glahn.

De entre el exacto engranaje de esta novela corta de Knut Hamsun, puedo resaltar un par de detalles: el primero, la fascinación ante la vida al natural que es tan característica en muchos de sus personajes, lo cual es una semilla con la que constantemente hace germinar imágenes de una belleza que ronda muy cerca de la melancolía; y segundo, la habilidad para, mediante un narrador como Glahn, llevar al lector por caminos falsos, desde los cuales empero, se logra ver la «verdad» de la vida de un hombre que se tergiversa a sí mismo en todo momento, buscando acaso una compasión más abundante de la que en realidad merecería, cosa que el segundo narrador no hace más que confirmar.