martes, 15 de julio de 2014

La épica de Gilgamesh


En la antigua ciudad de Uruk, en Mesopotamia, el rey Gilgamesh es un tirano que oprime a su pueblo guiado por su afición a los placeres y a los lances de fuerza física. Y es que Gilgamesh, constituido en dos terceras partes como ser divino y una tercera parte como humano, es prácticamente invencible por los hombres. Por ello la gente ruega a los dioses que sea liberada del yugo del tirano. En un sueño, Gilgamesh tiene una premonición: una roca cae del cielo y él es incapaz de cargarla o moverla, y cuando cuenta el sueño a su madre, la diosa Ninsun, ella le advierte que vendrá un hombre semejante en fuerza y apariencia al propio Gilgamesh, con quien se hará amigo inseparable e irán en busca de aventuras en lugares remotos. Y así es como en verdad sucede: Enkidu, tras ser creado de un puñado de tierra y vivir entre las bestias salvajes, es seducido por Shamhat, una cortesana sagrada enviada por Gilgamesh, quien lo convencerá de ir a Uruk y encontrar un lugar entre los hombres y no entre las bestias. De esa manera, cuando Gilgamesh va alegremente a los aposentos de una novia justo antes de sus esponsales para ejercer su derecho de pernada, Enkidu, profundamente molesto con semejante costumbre, se pone en medio del camino y lo reta a una lucha en la que ambos lucen con pareja fuerza, haciendo retemblar el suelo y los cimientos de las casas. Sin embargo, Gilgamesh logra imponerse y es reconocido como rey por Enkidu. A partir de ese momento ambos se vuelven amigos entrañables y Gilgamesh cambia sus costumbres poco honorables por el deseo de ir al sagrado bosque de cedros en el Líbano y vencer al ogro Humbaba, con lo que obtendrán un nombre inmortal. 


Con ayuda de Shamash, el dios Sol, logran vencer a Humbaba, mientras la diosa Ishtar, embelesada por la figura perfecta de Gilgamesh, le pide que sea su consorte, a lo que él se niega arguyendo las felonías divinas contra sus criaturas en la Tierra. Ishtar, despreciada y rabiosa, pide a Anu, su padre, que le preste al Toro de los Cielos para matar a Gilgamesh. Anu se niega e Ishtar hace un terrible berrinche y amenaza con despertar a los muertos, los cuales no tardarían mucho en devorar a los vivos. Anu cede y le otorga al Toro de los Cielos, el cual sin embargo, es derrotado y descuartizado por Enkidu y Gilgamesh, con lo que la ira divina cae sobre Enkidu, que será condenado a muerte por enfermedad y no en la gloria del campo de batalla. 


La terrible agonía que sufre Enkidu durante varios días permea en el espíritu de Gilgamesh, que desde entonces se obsesiona con huir de la muerte y conseguir la inmortalidad, por lo que abandona su reino y se vuelve un vagabundo que caza y se viste con las pieles de las fieras, tal como antes lo hiciera su querido Enkidu. Así consigue llegar a la orilla del mundo, al mar, en donde se entera de la morada de Uta-napishti El Distante, el único sobreviviente del Gran Diluvio que acabara con la primitiva raza humana. Con grandes esfuerzos consigue visitar a Uta-napishti en su morada con el fin de que éste le otorgue la inmortalidad, pero Uta-napishti le advierte de la inutilidad de su búsqueda, ya que él mismo sólo consiguió ser inmortal a través de un evento único: tras conseguir sobrevivir al cataclismo del Diluvio y repoblar con su simiente a la humanidad. 


Aún así lo pone a prueba: si en verdad quiere ser inmortal, deberá vencer al sueño, hermano menor de la muerte, y permanecer despierto durante seis días y siete noches. Gilgamesh, por supuesto, falla. No obstante, a instancias de su esposa, Uta-napishti le revela la ubicación en el mar de una hierba que hará que Gilgamesh recobre su juventud perdida. Éste consigue la hierba tras sumergirse con rocas atadas en los pies en el área indicada, y cuando regresa a tierra firme, dispuesto a regresar a su reino, toma un baño ya con el alma más tranquila. Sin embargo, en ese mismo instante una serpiente le roba la hierba y así consigue mudar su piel vieja por una nueva cada determinado tiempo. Gilgamesh llora por la inutilidad de su viaje y por sus sueños vanos, al grado de creer que habría sido mejor nunca haber visitado a Uta-napishti. Sin embargo, a su regreso como rey de la amurallada Uruk aprende a vivir a sabiendas de que a él también le espera el destino de todos los hombres: la muerte.

No puedo sino decir que La épica de Gilgamesh (también conocida como Aquel que vio las profundidades) es una obra deliciosa. Su innegable influencia en varios libros de La Biblia y en Homero la vuelven invaluable para los aficionados a la mitología antigua. La versión que leí es la de Andrew George (The Epic of Gilgamesh: A New Translation), conocido estudioso inglés de las lenguas acadia y sumeria, y quien en su introducción aborda los problemas de traducir semejante obra a las lenguas modernas, no sólo por la consabida dificultad de entender y hacer comprensibles lenguas extinguidas hace más de tres mil años, sino porque varias de las tablas de arcilla que relatan el poema están dañadas en diferentes niveles. Menciona también que hay varias versiones del poema en diversas localidades de Oriente Medio y Asia Menor, mismas que sirvieron para rellenar los huecos de la que es considerada la versión estándar del poema, y que aún cabe la posibilidad de descubrir nuevas tablas que den una mejor comprensión e incluso cambien la significación de ciertos pasajes. Además, al final de la versión estándar incluye una recopilación de fragmentos babilonios, acadios y sumerios (normalmente hechos por jóvenes amanuenses, quienes solían copiar las aventuras de Gilgamesh en su proceso de aprendizaje) hechos entre 2,200 a. C. y 1,300 a. C., en los que se incluyen versiones alternas de la muerte de Enkidu, quien reina en el Inframundo, algunos pasajes que sirvieron para recomponer la versión estándar, e inclusive un episodio que aborda la muerte de Gilgamesh. En fin, obra muy recomendable, si bien desconozco si existe una versión en español que compita con la muy cuidada de Andrew George, de la que extraje las ilustraciones para este post. 

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