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viernes, 27 de noviembre de 2015

Los adioses, de Juan Carlos Onetti



Estamos ante una novela que es también una chistera: un hombre, al parecer un viejo basquetbolista, llega a un sanatorio de tuberculosos para intentar curarse, algo en lo que él mismo no cree o, en todo caso, cuya utilidad no alcanza a comprender. Es un tipo amable pero sólo habla lo indispensable, nunca cuenta detalles acerca de su vida privada, por lo que conoceremos su historia a través de un narrador que está encargado de un almacén que además es a donde llega la correspondencia del pueblo. Sin embargo, de dicho narrador no sabremos absolutamente nada, ni siquiera podríamos asegurar lo relacionado a su sexo: ¿es un hombre o una mujer la voz que guía la historia? Y aun así deberíamos ser precavidos: esa voz nos contagiará con su lectura de los sucesos relacionados al viejo basquetbolista, sospechas y conjeturas, algunas incluso de índole moral. Todo lo que sabremos del hombre, por tanto, está pasado por el lente de «la mirada del otro»: una mucama, un enfermero, el encargado del almacén, algún otro personaje que no trascenderá. Todos hacen conjeturas con relación a las cartas que recibe cada tanto, las cuales son de dos remitentes distintos. De ahí no tarda en perfilarse un extraño triángulo que tiene todo el aspecto de ser amoroso: las dos remitentes resultan ser dos mujeres, una que lleva a un niño que luce enfermo, y otra «demasiado joven», según se declara en algún punto. Todos imaginan una historia de amores ilícitos entre el enfermo, la chica «demasiado joven» y esa suerte de esposa un tanto resignada. ¿Pero en verdad es así? ¿En verdad estamos con todas las pruebas en las manos? Onetti, por supuesto, se guarda las certezas y ofrece un caudal de ambigüedades, de tal manera que, inclusive cuando el encargado del almacén y principal narrador de la novela descubre dos cartas y con ellas «todo el misterio», una duda permanece zumbando, como una mosca obsesionada con un cristal: ese final, sospechosamente tranquilizador, ¿no es probablemente una nueva trampa del autor, una especie de apaciguador de conciencias? 
No lo descartaría.