domingo, 5 de enero de 2014

Las tinieblas cubren la tierra, de Jerzy Andrzejewski


Las tinieblas cubren la tierra (Ciemności kryją ziemię, 1957)

Los últimos años de vida de quien tal vez sea uno de los personajes más odiados en la historia humana —fray Tomás de Torquemada— son retratados por Jerzy Andrzejewski con una intensidad escalofriante en esta obra de teatro en tres actos, mas no a partir de un seguimiento puramente biográfico, sino enfocado en la semilla psicológica que dejó en quienes continuarían con esa obra siniestra conocida como la Santa Inquisición. Su representación en Polonia en la década de 1960, a decir de Sergio Pitol, fue considerada como una lúgubre alegoría tanto del nazismo, aún fresco en la memoria de los polacos, como del stalinismo, cuyos ecos aún aturdían su imaginario en ese entonces.

La historia comienza con la llegada del reverendo padre fray Tomas de Torquemada a Villarreal, en 1485. El joven monje Diego reside en un convento de esa ciudad junto con Mateo, quien además es su mejor amigo y juntos comparten la ebullición de la juventud. Diego tiene un corazón apasionado, odia la injusticia y el miedo, principales armas empleadas por Torquemada cuando, por boca de él, la Inquisición indaga en los crímenes que perpetran los herejes contra la fe católica. Y con esa misma pasión odia en un principio todo aquello que representa Torquemada, cosa que no pasa desapercibida al reverendo padre, quien lo designa su secretario.

Tras el asesinato del inquisidor Pedro de Arbués en Zaragoza, atribuido a los judíos conversos, ambos se dirigen a Zaragoza, donde Diego examinará los artificios «legales» usados por Torquemada para investigar la verdad, o al menos una verdad que a él le parezca la mejor, y los verá sin mácula, indispensables para esa misión tan alta; entonces será testigo de cómo las llamas purificadoras que el Santo Oficio destinaba a los herejes recalcitrantes devorarán sin empacho a sus víctimas propiciatorias.

Así, poco a poco va girando el punto de vista de Diego hasta que se convierte en el perfecto continuador de la obra de Torquemada: la manera en que lo respetan por el miedo que su presencia hace sentir en los otros monjes —incluso entre las autoridades seculares—, su posición alta, situado al lado derecho del reverendo padre. Y desde esa altura mandará a la muerte a un oficial que se atrevió a menoscabar su amor propio; y aún más: traicionará a su amigo Mateo sólo por haber sido el testigo de su apasionada época de odio a las supuestas injusticias de la Santa Inquisición... y a todo lo que representaba Torquemada.

Al final, la concepción de la «verdad» es aún más dudosa y estricta en Diego que en Torquemada, a quien Andrzejewski hace dudar cuando está cerca el fin de sus días: en un memorable diálogo con una «voz» ancestral en medio de su agonía, el reverendo padre advierte la mentira y la maldad subyacentes en su concepción de cielo e infierno, en la Inquisición, de quien él es el fundador y principal ideólogo, y entonces, con sus últimas fuerzas, trata de redimirse y encarga a Diego la tarea de disolverla y así salvar a la humanidad del miedo y la injusticia. Pero ya es tarde, porque Torquemada está a punto de morir y Diego se ha convertido en un heredero aún más severo y dogmático que el original...

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