A los doce años de edad, Cósimo Piovasco de Rondó decide subir a un árbol del parque familiar para no bajar jamás. Fue en el mediodía del 15 de junio de 1767, como una forma de protesta por el injusto castigo que le impusiera su padre y por los atormentados animalillos (ratones, caracoles, cerdos, etc.) que su hermana Battista, la monja doméstica de la familia, solía servir grotescamente en el almuerzo, obligando a toda la familia a comerlos pese al asco provocado.
Así, el primer día en los árboles, conocerá a su vecina Viola, la pequeña Marquesa de Ondariva, quien involuntariamente propiciará las reglas bajo las cuales se regirá en adelante Cósimo. Además, ella se convertirá en el amor de su vida debido a la extraña autosuficiencia y superioridad que mostrará frente al baroncito, ya que era amiga de otros chicos que también trepaban a los árboles con el objetivo de robar los frutos en ciertos terrenos y acaso también de algunos bandidos famosos de la región. Pero no hay que adelantarse. Porque Cósimo vivirá en los árboles hasta su vejez, acompañado por algún tiempo de un perro pachón, y desde allí será testigo y a veces actor de todos los episodios históricos de su siglo: compartirá algunas aventuras con los ladronzuelos de frutas, se convertirá en un pequeño montaraz cuyo mayor logro será matar a un gato salvaje en un duelo que lo convertirá en hombre, hasta que conoce a Gian dei Brughi, un bandido famoso que lo introducirá de forma extraña en el placer de los libros. Entonces logrará fama de filósofo en países extranjeros y será incluso admirado por Voltaire, porque escribirá un utópico y enciclopedista Proyecto de Constitución de un Estado ideal fundado en los árboles. También defenderá los bosques de los incendios provocados por algunos malechores, luchará contra piratas turcos que hurtaban mercancias de barcos genoveses y de pronto tendrá las urgencias lúbricas de un hombre cualquiera. Entonces emitirá sonidos como algunos animales cuando buscan hembras y no pocos le colgarán una vasta descendencia de bastardos en Ombrosa. Y de pronto Viola regresará inesperadamente a sus antiguas tierras y Cósimo vivirá con ella los momentos más intensos y apasionados de su vida, aunque finalmente se separarán para siempre debido a una confusión originada por el indómito orgullo de ambos. Será un masón, acaso fundador, de la Logia de Ombrosa; jugará un papel fundamental en las invasiones emprendidas por el ejército francés, conocerá a Napoleón en un irónico episodio semejante al vivido por Alejandro Magno y Diógenes, y finalmente, en una vejez un tanto avanzada, desaparecerá inopinadamente en los aires colgado del ancla de un globo aerostático, sin dar a los demás hombres el honor de ponerse nuevamente a su nivel. Todas sus aventuras serán narradas por su propio hermano, testigo y admirador de Cósimo desde la infancia.
El barón rampante (Il barone rampante) es quizá la mejor novela de Italo Calvino y pertenece a la trología de Nuestros antepasados (I nostri antenati), conformada también por El caballero inexistente y El vizconde demediado. En ella subyace el tema rousseauniano de la soledad en la naturaleza, a veces necesaria para la mejor comprensión de los hombres, ya que el aislamiento de Cósimo no obedece a la simple misantropía, pues no se desentiende del mundo de abajo, antes bien al contrario, es una forma quizá más rica de conocer las necesidades de quienes caminan en la tierra. Y para ello se valdrá de los libros, del conocimiento directo con ciertos personajes, y por supuesto, del amor. En fin, una magnífica recomendación lo mismo para los viejos lectores de Calvino o para quienes apenas se introducen en su literatura.