martes, 6 de marzo de 2012

La mujer zurda, de Peter Handke



Después de una noche romántica, con cena incluida en un lujoso restaurante, Marianne ha decidido separarse de Bruno. Pero no nos adelantemos, no hay otro hombre, como dicta el lugar común, ni tampoco un ansia de independencia, típica de las reivindicaciones de género, sino apenas una “iluminación” que la acometerá a la mañana siguiente de la noche romántica, cuando ambos están por retomar su rutina después de haber pasado la noche en un hotel, mientras que Stefan, el hijo de Marianne, se quedó en casa solo.

Bruno toma un poco a juego el deseo de soledad de Marianne, acaso pensando en que se trata de un capricho que irá perdiendo fuerza con el paso de los días. Sin embargo, Marianne comienza a trabajar en casa traduciendo libros del francés, y entonces todo parece tomar un rumbo irreconciliable con el pasado. No obstante, hay algo raro con esa soledad de Marianne, ya que produce la impresión de que es un “estar sola” en medio del tedio, obcecadamente, acaso anhelando algo de lo que al mismo tiempo podría estar huyendo; es decir, ella misma, el nudo de ideas que conforman su pensamiento. La soledad entonces será un medio, un obstáculo en la comunicación con los demás, y un fin en sí mismo. 

Y es que, aunque la novela de Peter Handke no parece ir a ningún lado, en realidad va a hacia una introspección, no sólo de la conciencia de una mujer alemana promedio (o europea, por extensión), sino de la vida en occidente a finales del siglo XX, en la que es muy posible estar completamente hundido en la soledad pese a estar rodeado de gente, gente que además hará todo lo posible por que nadie se aísle, pese a no poder justificar de una forma convincente la otra opción: el permanecer acompañado por personas igualmente solitarias, pero que aún son incapaces de percatarse de ello. La soledad, en las palabras de los demás, remitirán a un fracaso un tanto abstracto, porque todo se verá a través de la lente del lugar común, en el que la soledad es el producto de una forma de ser anacrónica o bien un merecimiento por ciertas actitudes, pero no algo que se pueda escoger a voluntad.

Así, La mujer zurda seguirá el camino escogido sin que el lector logre vislumbrar el lugar al que habría de llegar –Handke no nos brinda posibilidades de desenlace por la simple razón de que no hay un hilo dramático, sino apenas el boceto de personas llenas de "realidad"– y además deberá sortear los pocos y tozudos obstáculos que aún la hacen trastabillar, como las opiniones de quienes la rodean, la constante sombra de Bruno, que aún guarda la esperanza de algún cambio a su favor, las actitudes de su hijo, que ya empieza a mostrar un cierto desapego hacia ella, y la solicitud de favores de algunos hombres, para quienes la soledad de una mujer suele significar la posibilidad de una tierra llena fruiciones.