John Maxwell Coetzee es un niño de diez años que vive a las afueras de Worcester, un pueblo situado a ciento cuarenta y cinco kilómetros al norte de Ciudad del Cabo, en Sudáfrica. La vida allí transcurre entre el polvo rojizo que se amontona por todas partes en una capa de varios centímetros si el viento sopla fuerte, la vida escolar, y la cotidianidad principalmente al lado de su madre, a quien ama y detesta con la misma intensidad debido a esa tendencia irracional de sacrificio por él y su hermano menor, casi un eco de él mismo, aunque más débil y nervioso. Sin embargo, sabe que ella antes tenía una vida en lo que no pensaba en él, quizá tenía sueños que ahora sería imposible imaginar. Pero eso ha pasado y él está satisfecho de que consagre su vida al bienestar de sus hijos. Pero al mismo tiempo, eso hace que John no sea normal del todo, pues cree que todos los chicos de su edad notan que es un hijo consentido de "mami" y eso lo exaspera casi hasta la demencia.
Por otro lado están sus días en la escuela, en donde él es el primero de su clase. No obstante, experimenta un miedo morboso ante el ridículo que significaría un castigo frente a todos sus compañeros, con los famosos varazos que los profesores les aplican en las nalgas, así que se cuida muy bien de pasar lo más desapercibido posible, ubicándose en la parte más oscura del salón de clases, allí donde nadie tendría por qué reparar en él. La interacción entre niños negros (sólo sirvientes, gracias al Apartheid), afrikaners (descendientes de colonos holandeses del siglo XVIII y vistos desde su perspectiva como seres intolerantes y salvajes), e ingleses (siempre apartados por una extraña cortina ante cualquier otra cultura), lo mueve pensar en su propia identidad, ya que no cree pertenecer a ninguno de esos grupos y mucho menos a sus religiones, con lo que decide ser católico sin saber bien lo que ello significa, pero con la conciencia de no querer estar en el mismo grupo de los afrikaners o los judíos. Su propio padre contribuye a esa confusión, ya que pese a ser afrikáner por apellido, mantiene en casa un ambiente inglés. En realidad él sabe que sólo pertenece a la granja paterna, a las mesetas africanas donde ésta se ubica, no a una religión o comunidad específica. Sin embargo, mediante esa interacción con los otros niños, se manifiesta una corporeidad que tiene mucho de sexual, lo cual no pocas veces lo abruma. Y en cuanto a competencias de tipo físico, sabe de antemano su absoluta incapacidad: nunca triunfará en ese rubro gracias a su inconfesable miedo al dolor.
Cuando habla afrikáner, lengua que por momentos considera brutalmente ilustrativa, le da la sensación de cubrirse con una capa en la que no se siente del todo ajeno, aunque gracias a las manías de su padre también domina la lengua inglesa. La relación del pequeño John con su padre es aún más extraña que con su madre: lo considera un tipo accesorio e innecesario, y a él mismo le resulta sorprendente la semejanza que guardan en cuanto a gustos, sobre todo en lo que se refiere a su afición al cricket. Y cuando al final del libro, con un John de trece años cumplidos, y después de regresar a Ciudad del Cabo porque su padre ha decidido que ejercerá su profesión de abogado, aunque en realidad se entrega secretamente al alcoholismo, esa indiferencia inicial se convierte en un odio arrasador, debido a que las finanzas familiares comienzan a zozobrar.
Infancia, Escenas de una vida en provincias, del premio Nobel de literatura de 2003, John Maxwell Coetzee, es un magnífico libro autobiográfico, que pese a estar escrito desde la ficcionalidad de una novela, no deja de estar zambullido en la sinceridad. Y es que, ¿cuántos escritores se atreven a hablar con detalle de sus miedos infantiles, por más ridículos que parezcan, de la perversidad involuntaria contra su hermano (lo cual le cuesta la amputación de un dedo a éste último) y de la forma déspota de comportarse en familia, en donde se debate entre el amor y la aversión que la propia madre le puede causar, así como la indiferencia que termina en un odio implacable contra su padre?
Por otro lado están sus días en la escuela, en donde él es el primero de su clase. No obstante, experimenta un miedo morboso ante el ridículo que significaría un castigo frente a todos sus compañeros, con los famosos varazos que los profesores les aplican en las nalgas, así que se cuida muy bien de pasar lo más desapercibido posible, ubicándose en la parte más oscura del salón de clases, allí donde nadie tendría por qué reparar en él. La interacción entre niños negros (sólo sirvientes, gracias al Apartheid), afrikaners (descendientes de colonos holandeses del siglo XVIII y vistos desde su perspectiva como seres intolerantes y salvajes), e ingleses (siempre apartados por una extraña cortina ante cualquier otra cultura), lo mueve pensar en su propia identidad, ya que no cree pertenecer a ninguno de esos grupos y mucho menos a sus religiones, con lo que decide ser católico sin saber bien lo que ello significa, pero con la conciencia de no querer estar en el mismo grupo de los afrikaners o los judíos. Su propio padre contribuye a esa confusión, ya que pese a ser afrikáner por apellido, mantiene en casa un ambiente inglés. En realidad él sabe que sólo pertenece a la granja paterna, a las mesetas africanas donde ésta se ubica, no a una religión o comunidad específica. Sin embargo, mediante esa interacción con los otros niños, se manifiesta una corporeidad que tiene mucho de sexual, lo cual no pocas veces lo abruma. Y en cuanto a competencias de tipo físico, sabe de antemano su absoluta incapacidad: nunca triunfará en ese rubro gracias a su inconfesable miedo al dolor.
Cuando habla afrikáner, lengua que por momentos considera brutalmente ilustrativa, le da la sensación de cubrirse con una capa en la que no se siente del todo ajeno, aunque gracias a las manías de su padre también domina la lengua inglesa. La relación del pequeño John con su padre es aún más extraña que con su madre: lo considera un tipo accesorio e innecesario, y a él mismo le resulta sorprendente la semejanza que guardan en cuanto a gustos, sobre todo en lo que se refiere a su afición al cricket. Y cuando al final del libro, con un John de trece años cumplidos, y después de regresar a Ciudad del Cabo porque su padre ha decidido que ejercerá su profesión de abogado, aunque en realidad se entrega secretamente al alcoholismo, esa indiferencia inicial se convierte en un odio arrasador, debido a que las finanzas familiares comienzan a zozobrar.
Infancia, Escenas de una vida en provincias, del premio Nobel de literatura de 2003, John Maxwell Coetzee, es un magnífico libro autobiográfico, que pese a estar escrito desde la ficcionalidad de una novela, no deja de estar zambullido en la sinceridad. Y es que, ¿cuántos escritores se atreven a hablar con detalle de sus miedos infantiles, por más ridículos que parezcan, de la perversidad involuntaria contra su hermano (lo cual le cuesta la amputación de un dedo a éste último) y de la forma déspota de comportarse en familia, en donde se debate entre el amor y la aversión que la propia madre le puede causar, así como la indiferencia que termina en un odio implacable contra su padre?