miércoles, 15 de septiembre de 2010

La pérdida de El Dorado, de V. S. Naipaul


Vidiadhar Surajprasad Naipaul cuenta la historia de su isla natal Trinidad (después de que sus antepasados fueran llevados en el siglo XIX desde la India como mano de obra barata), a través de diversos episodios que se coligan con la historia del Nuevo Mundo, y que parten desde la insensata búsqueda que se emprendió durante muchos años de la mítica Ciudad de Oro, gracias a una confusión con el rito precolombino de El Dorado, pero principalmente por la ceguera que la avaricia y el hambre de gloria solía acompañar a los conquistadores europeos. Así, Antonio de Berrío, siervo de la corona española bastante entrado en años, y que la historia ha olvidado poco a poco, heredó del fundador del Virreinato de Nueva Granada la ambición de erigir un tercer marquesado en las tierras de El Dorado, fulgurante e inexistente sitio que habría de llevar a la locura o la muerte a incontables expediciones.

Para su mala suerte, dicha búsqueda lo llevó a colisionar con la idéntica pretensión que enarbolara el conocido Sir Walter Ralegh, con lo cual termina siendo su prisionero hasta que la muerte lo libera. Por otra parte, Ralegh comienza a idealizar aquellas tierras en las que algunos nativos lo tenían en alta estima, sobre todo cuando, durante su encarcelamiento en la Torre de Londres a causa de una supuesta conjura contra el rey, concibe un libro con ingenuas pretensiones científicas llamado Historia del mundo. De esa forma soñará durante 12 años con regresar a la Guayana y retomar la búsqueda de El Dorado, en cuyas cercanías cree haber visto alguna montaña de cristal. Y en efecto, una vez libre en 1617, emprende una nueva expedición que resulta poco menos que desastrosa, y un año después, a su regreso a Londres, es apresado a petición de la corona española y finalmente ejecutado.

Tras estos acontecimientos, Trinidad será un tanto olvidada por España, ya que quienes obtienen el “honor” de gobernarla se arrepienten casi de inmediato debido a la miseria que reina y la poca oportunidad de convertirse en grandes señores, tal como ocurre en el continente. Eso hasta la segunda mitad del siglo XVIII, cuando habrá intentos de poblarla con franceses, irlandeses e ingleses que profesen la religión católica, hasta que finalmente los ingleses toman la isla sin apenas haber disparado. Y después de la Revolución francesa, Trinidad se convertirá en un punto estratégico para una nueva clase de hombres que sacarán del marasmo a la isla: conspiradores, revolucionarios, insurgentes de las colonias españolas (apoyados por la propia Inglaterra, que buscaba una gran parte del inmenso pastel que significaría tener dominios en América del Sur, cosa que al final no funcionó como esperaban).

En la que bien podría ser la segunda parte del libro, Naipaul abandona el ritmo que había usado anteriormente, y se enfoca en apenas un puñado de años del naciente siglo XIX, en particular al revisar el caso de Thomas Picton, gobernador de la isla que se viera sumido en un escándalo que llega hasta Londres gracias a la tortura practicada contra una adolescente llamada Luisa Calderón, la cual resultaba ilegal de acuerdo a las leyes inglesas. Y aunque al final Picton no sólo será absuelto, sino que además se convertirá en héroe durante la derrota de Napoleón en Waterloo, de dicho caso emergerán los primeros pasos para la posterior abolición de la esclavitud y la tortura, pero a costa de que en esta parte del libro Naipaul se extienda en pormenores y minucias que pueden llevar al abandono del texto a una buena cantidad de lectores, ya que en varios momentos la prolijidad de nombres, hechos nimios y otras tantas situaciones, generan confusión y cierta cantidad de tedio.

Y así, lo que sería un bastión importante del imperio inglés para el futuro dominio de las promisorias tierras de América del Sur, fue abandonado a su suerte durante los siguientes 150 años, ya que la expansión se dio más bien rumbo a Asia, en donde su influencia se dejaría sentir de forma decisiva para el desarrollo de los acontecimientos venideros.

Algunas personas aseguran que La pérdida de El Dorado es un libro totalmente malogrado y fastidioso. Para mi gusto exageran, sobre todo porque se van con la idea de que es una especie de respuesta a otro gran escritor del Caribe: Gabriel García Márquez. Craso error. El libro de Naipaul está exento del realismo mágico de las novelas del colombiano y se enfoca más en la historia como una serie de acontecimientos fríos y terribles, tratados, eso sí, desde una óptica en la que resalta una constante ironía muchas veces cruel, y con un lenguaje que no tiene mucho de contemporáneo, con lo cual se conserva ese sabor de antigüedad de las crónicas de las Indias. Y aunque coincido en que la segunda parte puede ser inútilmente prolija, en la primera mitad del libro podemos notar en todo su esplendor el estilo que ha hecho de V. S. Naipaul un escritor de alturas difícilmente igualables.