sábado, 25 de junio de 2011

Cosmos, de Witold Gombrowicz


Witold y Fuks se encuentran en un pequeño poblado de provincia, en el camino de Krupowki, en un sendero rodeado de altas hierbas y árboles, caminando bajo un espeso calor veraniego. Se encuentran y deciden rentar un cuarto juntos. Ambos huyen de sus propias realidades: Witold habla de un problema familiar y entonces reluce Varsovia, una carta, el tedio y el desprecio con su padre, con su familia; en tanto que Fuks está de vacaciones, pero en realidad huye de su jefe, un tal Drozdowski, quien no logra soportarlo, algo que obsesiona a Fuks, porque además de ser inevitable pasar siete horas diarias irritándolo involuntariamente, no entiende la razón de ser insoportable para él, y entonces huye buscando cualquier cosa que lo distraiga de Drozdowski. Witold describe a Fuks en unas cuantas palabras: rubio desteñido, pisciforme, de melancólicos ojos saltones.

Ambos van en busca de una pensión barata, a pasar unos días, a llenarse de tranquilidad. Entonces sucede algo que cambiará el rumbo de todo: entre los árboles hay un gorrión ahorcado, pendiendo de un alambre. El absurdo hallazgo, además de desconcertarlos profundamente, los hace rentar un cuarto en una casa gris cercana de ese sitio, aunque a las afueras de la ciudad:

«Miré. Un jardín. Una casa en el jardín sin ningún adorno, sin balcones, miserable, gris, construida económicamente, un porche pobretón, saliente, de madera […], dos hileras de ventanas: cinco en la planta baja, cinco en la planta alta; en el jardín unos árboles enanos, pensamientos que se marchitaban en los camellones, varios senderos cubiertos de grava.»

Rentan el más barato de los cuartos y así comienzan a aburrirse. El aburrimiento. Witold comienza con un extraño juego de asociaciones: una boca, ligeramente escurrida, deforme, de Katasia, la criada de la casa, sobre todo porque introduce un elemento de perversidad cuando la ve en relación con otras bocas, en especial con la de Lena, la hija de la señora Bolita y que parece hecha sólo para cosas amorosas y delicadas. Además, las texturas lo agotan todo el tiempo: los ruidos del exterior, zumbidos, ladridos, trinos de aves, camiones que pasan con estruendo por la carretera, etc., se mezclan con la basura, las piedras, la hojarasca, los insectos, las grietas y la granulación de las paredes… y sin embargo todo podría estar relacionado con algo, con algún mensaje cifrado hecho para los huéspedes, tal como lo muestra Fuks al ver en el cielo raso una forma que bien podría ser un rastrillo... o una flecha. Incontables debates entre ambos, nacidos del aburrimiento, hasta que se deciden a escapar de eso, del aburrimiento, o bien del recuerdo de Drozdowski, e ir hacia donde la supuesta flecha parece señalar:

«Nos pusimos los pantalones.
La habitación se llenó inmediatamente de acciones decididas y precisas que, no obstante, por nacer del aburrimiento, de la haraganería, del capricho, tenían en sí cierta dosis de imbecilidad.»

Un patio hecho de infinitos fragmentos, lleno de otros tantos objetos colocados en aparente caos, piedras, hojas, basura, sumamente anodino, gris, con olor a orina o fermento de algo impreciso, hasta que descubren otra pista, o al menos eso parece: un palito colgado de un clavo.

La fragmentación, la inevitable asociación psicológica de elementos: un gorrión colgado, un palito colgado, la perversidad erótica nacida de la relación «cartográfica» entre las bocas de Katasia y Lena; la calvicie que parece inundar la mesa a la hora de la cena, así como las pequeñas manías León, el dueño de la casa; la ostentación del sufrido estoicismo de la señora Bolita; la obsesión de Fuks por huir del pensamiento que lo atormenta (lograr irritar a Drozdowski siete horas a diario sin poder remediarlo) y que lo obliga a hacer de detective para esclarecer el ahorcamiento del gorrión, del palito, de un gato que más tarde aparecerá colgado; la perversidad erótica permeando en cada instante, todo el tiempo; la manera en que cada uno va cayendo en la trampa de las relaciones insignificantes, hasta que, en una noche caracterizada por la demencia, un hombre se ahorcará para completar el ciclo de asociaciones arrancadas al caos, a la casualidad insistente y obsesiva, a la fatalidad que nos pone la existencia cuando queremos emprender la vana tarea de abarcar el Todo.

Witold Gombrowicz reúne en Cosmos (1967), última novela que escribió antes de su muerte, muchas de las obsesiones que fueron características en toda su obra (la perversidad, la fragmentación, el caos, el tedio), y las muestra en una angustiosa, hilarante, macabra, filosófica y verdadera obra maestra de lo minucioso y lo inaprensible, narrada además con el tono de una historia policíaca en la que parece que el verdadero culpable de todos los sucesos podría ser la propia realidad.

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