El ajuste de cuentas es un libro formado por tres relatos ubicados históricamente en los conflictos políticos que asolaron Hungría en la década de 1950, los cuales llevaron a prisión al propio Tibor Déry de 1957 a 1960, cuando finalmente se le concedió una amnistía. Tienen un tono austero y realista, en el que conviven con una naturalidad excepcional hechos terribles con imágenes de una belleza desgarradora, con lo que el lector rara vez permanece impasible ante lo que se narra en ellos.
En “El ajuste de cuentas” (1961), relato que da nombre al libro, tenemos que el estudiante Feri Kovács acude al apartamento de un anciano profesor de medicina con una metralleta bajo el impermeable justo antes del toque de queda. Sabe que el profesor, quien le guarda algún afecto, no lo expondrá a la muerte pese a que no le haga nada de gracia la intempestiva visita. Sin embargo, el anciano profesor, presa de la ira por todo lo que repercutirá en su vida siempre ordenada el atrevimiento de Feri, lo echa a la calle, aunque sin el arma, la cual quedará en un rincón de su casa como un presencia maligna que, con el correr de algunos días, lo obligará a marcharse lejos de su vida. Así, casi sin querer, atraviesa la semidestruida Budapest hasta que toma un tren que lo llevará a un poblado cercano a la frontera austriaca, donde, junto a decenas de húngaros prestos a huir de las persecuciones políticas, emprenderá una caminata rumbo a su propia muerte, a través de una terrible tormenta invernal.
En el segundo relato “Amor” (1956), un hombre (a quien sólo conoceremos como B.) acaba de ser liberado tras siete años transcurridos en prisión. La causa de su encierro es tan misteriosa como la de su libertad, aunque se sabe que todo ha sido por desavenencias políticas. Así, los guardias le regresan la ropa, arrugadísima, que trajera el día en que fue apresado, una cartera y unos zapatos igualmente enmohecidos, un reloj niquelado que heredara de su padre, y la cantidad de ciento cuarenta y seis florines como sueldo por los siete años de encierro. Al salir de prisión, B. está conmovido por el colorido del mundo, por la caminata de los transeúntes, por la belleza de las mujeres, por las sombras que duplican el tráfico en las aceras, por todo aquello que no veía desde hacía siete años. Y así se dirige al que fuera su hogar en busca de su mujer y su hijo. Sin embargo, todo ha cambiado y, además de su esposa e hijo, también viven ahí otros cuatro inquilinos. Después de descansar un poco en la habitación de su mujer y hartarse de su aroma, sale a la calle y la encuentra cuando va llegando con cuatro niños, entre ellos su hijo, a quien no reconoce. Así, se reencontrarán finalmente marido y mujer en una escena de ternura insondable.
Finalmente, el tercer relato “Filemón y Baucis”, cuenta la historia de un par de ancianos que están a punto de celebrar, mediante una humilde comida, el cumpleaños de la vieja. Ella está bastante sorda y hace repetir al viejo constantemente todo lo que dice. De pronto, el viejo se da cuenta de que hay una balacera que se acerca poco a poco. La vieja no escucha el tableteo de las ametralladoras y considera que su esposo trama algo, ya que éste anda muy inquieto cerrando las puertas con doble llave y cometiendo un sinfín de torpezas. Alguien toca varias veces a la puerta y, aunque en un principio el viejo no parece querer abrir, al final se decide y entra un joven herido que les pide ayuda. Sin embargo, la vieja no quiere que se quede allí debido a que le recuerda los tres hijos que perdieron en la guerra. Así que obliga al viejo a que lleve al herido con unos vecinos que pueden cuidarlo. Cuando regresa, el viejo tiene una hemorragia nasal que no puede detenerse con nada. Asustada y con el oído milagrosamente recuperado por el susto, la vieja deja recostado a su esposo y va en busca de un doctor, pero con las batallas que hay por varios puntos de la ciudad resulta herida justo cuando estaba por llegar a su destino. Mientras tanto, el viejo, un poco recuperado de su hemorragia, asiste, con una mezcla de lástima y odio, al parto que está teniendo su mascota, una perra escondida en la alacena. Y aún así tiene tiempo de sentirse feliz sin preguntarse demasiado por su esposa, quien seguramente ya no regresará.
En “El ajuste de cuentas” (1961), relato que da nombre al libro, tenemos que el estudiante Feri Kovács acude al apartamento de un anciano profesor de medicina con una metralleta bajo el impermeable justo antes del toque de queda. Sabe que el profesor, quien le guarda algún afecto, no lo expondrá a la muerte pese a que no le haga nada de gracia la intempestiva visita. Sin embargo, el anciano profesor, presa de la ira por todo lo que repercutirá en su vida siempre ordenada el atrevimiento de Feri, lo echa a la calle, aunque sin el arma, la cual quedará en un rincón de su casa como un presencia maligna que, con el correr de algunos días, lo obligará a marcharse lejos de su vida. Así, casi sin querer, atraviesa la semidestruida Budapest hasta que toma un tren que lo llevará a un poblado cercano a la frontera austriaca, donde, junto a decenas de húngaros prestos a huir de las persecuciones políticas, emprenderá una caminata rumbo a su propia muerte, a través de una terrible tormenta invernal.
En el segundo relato “Amor” (1956), un hombre (a quien sólo conoceremos como B.) acaba de ser liberado tras siete años transcurridos en prisión. La causa de su encierro es tan misteriosa como la de su libertad, aunque se sabe que todo ha sido por desavenencias políticas. Así, los guardias le regresan la ropa, arrugadísima, que trajera el día en que fue apresado, una cartera y unos zapatos igualmente enmohecidos, un reloj niquelado que heredara de su padre, y la cantidad de ciento cuarenta y seis florines como sueldo por los siete años de encierro. Al salir de prisión, B. está conmovido por el colorido del mundo, por la caminata de los transeúntes, por la belleza de las mujeres, por las sombras que duplican el tráfico en las aceras, por todo aquello que no veía desde hacía siete años. Y así se dirige al que fuera su hogar en busca de su mujer y su hijo. Sin embargo, todo ha cambiado y, además de su esposa e hijo, también viven ahí otros cuatro inquilinos. Después de descansar un poco en la habitación de su mujer y hartarse de su aroma, sale a la calle y la encuentra cuando va llegando con cuatro niños, entre ellos su hijo, a quien no reconoce. Así, se reencontrarán finalmente marido y mujer en una escena de ternura insondable.
Finalmente, el tercer relato “Filemón y Baucis”, cuenta la historia de un par de ancianos que están a punto de celebrar, mediante una humilde comida, el cumpleaños de la vieja. Ella está bastante sorda y hace repetir al viejo constantemente todo lo que dice. De pronto, el viejo se da cuenta de que hay una balacera que se acerca poco a poco. La vieja no escucha el tableteo de las ametralladoras y considera que su esposo trama algo, ya que éste anda muy inquieto cerrando las puertas con doble llave y cometiendo un sinfín de torpezas. Alguien toca varias veces a la puerta y, aunque en un principio el viejo no parece querer abrir, al final se decide y entra un joven herido que les pide ayuda. Sin embargo, la vieja no quiere que se quede allí debido a que le recuerda los tres hijos que perdieron en la guerra. Así que obliga al viejo a que lleve al herido con unos vecinos que pueden cuidarlo. Cuando regresa, el viejo tiene una hemorragia nasal que no puede detenerse con nada. Asustada y con el oído milagrosamente recuperado por el susto, la vieja deja recostado a su esposo y va en busca de un doctor, pero con las batallas que hay por varios puntos de la ciudad resulta herida justo cuando estaba por llegar a su destino. Mientras tanto, el viejo, un poco recuperado de su hemorragia, asiste, con una mezcla de lástima y odio, al parto que está teniendo su mascota, una perra escondida en la alacena. Y aún así tiene tiempo de sentirse feliz sin preguntarse demasiado por su esposa, quien seguramente ya no regresará.