jueves, 10 de noviembre de 2011

El caballero inexistente, de Italo Calvino


Agilulfo Emo Bertrandino de los Guildivernos y de los Otros de Corbentraz y Sura, caballero de Selimpia Citerior y Fez, no existe. O mejor dicho, existe sólo en virtud de su fuerza de voluntad, ya que carece de un cuerpo de carne como el resto de caballeros puestos bajo el mando de Carlomagno en una de las campañas que sostuvo contra los ejércitos musulmanes. Su armadura es blanca, inmaculada, y él mismo tiene una obsesión por el orden que ningún otro soldado podría comprender, en especial porque la ejerce cuando la mayoría de los hombres se abandonan al sueño, algo vedado para Agilulfo, ya que podría no volver a encontrar su conciencia, y su armadura, de por sí vacía, perdería todo signo de vida.

Así es como entramos a la extraña historia del Caballero inexistente, la cual es relatada por Sor Teodora, religiosa de la orden de San Columbano y cocinera del ejército de Carlomagno, quien escribe en un convento las aventuras de Agilulfo a partir de “viejos papeles, charlas oídas en el locutorio y de algún raro testimonio de gente que existía”, pero sobre todo a partir de su propia imaginación. Ella además guarda un secreto con respecto a su propia participación en la historia que relata, lo cual se irá desvelando a medida que vemos las interacciones y enredos con los otros personajes, de los cuales hago un breve recuento:

Rambaldo, joven que busca vengar la muerte de su padre a manos de un moro llamado argalif Isoarre. Su hambre de venganza se verá saciada de forma un tanto ridícula, sin gloria, y de hecho casi involuntariamente. Además, sufre un súbito enamoramiento de Bradamante, una hermosa guerrera que le salva la vida cuando él combatía con dos moros al mismo tiempo.

Gurdulú, cuyo nombre varía de acuerdo con el lugar en el que esté. Por lo tanto, tiene todos los nombres y ninguno a la vez. Es el opuesto exacto de Agilulfo, ya que su principal característica es que se mimetiza con toda clase cosas: hombres, animales, objetos, plantas, agua, etc. Carlomagno lo convierte en escudero de Agilulfo debido al extraño complemento que forman juntos: Agilulfo existe merced a su fuerza de voluntad, pese a no existir; y Gurdulú, a pesar de existir, es como si no existiera.

Bradamante, la mujer paladín. Usa una armadura de color índigo. Es implacable y fiera. Ha tenido más amantes que un oficial de caballería. Así que al final, se enamora de Agilulfo a sabiendas de que no existe, y quizás precisamente por ello mismo. Es decir, después de haber probado una ingente cantidad de hombres, sólo le queda enamorarse del hombre perfecto: el que no existe. Y así lo perseguirá por todas partes.

Turrismundo, joven y enigmático soldado que, después de la batalla que narra Sor Teodora, pone en duda el título de caballero de Agilulfo, ya que según las estrictas leyes de caballería, no es lo mismo haber salvado la virginidad de una doncella de familia noble que haber salvado a una mujer ya sin su virtud, algo que parece haberle sucedido a Agilulfo. Entonces debe buscar a la joven que salvara 15 años antes para no perder su título nobiliario y poder seguir ostentándose como caballero a las órdenes de Carlomagno. Así, partirá Agilulfo en busca de Sofronia, madre de Turrismundo y la única que puede dar alguna luz a su honor.

Con El caballero inexistente (Il cavaliere inesistente, 1959), Italo Calvino culmina la trilogía novelística “Nuestros Antepasados”, la cual regresa al nivel más bien alegórico que utilizara en El vizconde demediado, y al igual que en esta novela, en lugar de una moraleja o cosa semejante, emplea un humor que poco concede a las aventuras caballerescas de la Edad Media y que en cambio hace numerosos guiños a las teorías políticas y sociales que prevalecieron durante la mayor parte del siglo XX.