viernes, 23 de octubre de 2009

Caballos desbocados, de Yukio Mishima


Shigekuni Honda es un juez en Osaka sin grandes pretensiones. Ama su trabajo y no tiene hijos. A sus 38 años, aún cree que la juventud está a unos pasos de él. Sin embargo, la muerte de su mejor amigo Kiyoaki, ocurrida 19 años antes, había dejado una huella indeleble para su vida. Durante una competencia de kendo, conoce al joven y viril Isao Iinuma, de 19 años, quien lo cautiva de una forma extraña. Después de terminado el torneo, lo encuentra inesperadamente tomando un baño en una cascada. Entonces Honda ve tres lunares en su torso y de ahí comienza a sospechar, no sin un escalofrío, que Isao es la reencarnación de Kiyoaki, porque éste, además de haber tenido los mismos lunares en el mismo lugar del torso, antes de morir le había profetizado que se volverían a ver bajo las aguas de una cascada.

Honda conversa con Isao y el padre de éste, y recibe del joven un pequeño libro en el que basa sus ardientes sueños de pureza: La liga del viento divino, en el que se narra cómo a finales del siglo XIX, un grupo de samurai intenta restablecer el gobierno del emperador rebelándose contra el ejército sin usar armas de fuego, sino sólo con sus espadas. Y al fracasar en su tentativa, todos se suicidan con el tradicional seppuku, que consiste en abrirse el vientre con una espada o una daga. Y eso para Isao significa morir de la forma más bella posible, porque así se libera al espíritu de cualquier pecado cometido con el cuerpo. Pero además prevé el escenario: imagina que lo hace a la sombra de un pino, al alba, sobre un acantilado rodeado por el mar y una majestuosa montaña.

Isao trata de seguir los pasos de los miembros de La liga del viento divino y comienza a reclutar a otros chicos de su misma edad para establecer, con ayuda de algunos infiltrados en el propio ejército, un estado marcial en el Japón, con lo que el emperador regresaría a ser la principal cabeza del gobierno. Además asesinarán a los empresarios más importantes del país, a quienes Isao achaca la decadencia y pobreza del Japón por sus prácticas occidentalizadas en las que lo más importante es el dinero.

Semanas antes de llevar a cabo sus planes, varios elementos del grupo de Isao abandonan el proyecto, entre ellos sus contactos en el ejército, con lo que queda un grupo más pequeño que decidirá matar sólo a los empresarios más ricos del país. Un golpe simbólico y emocional para la gente. Todos juran que una vez logrado su objetivo, harán el seppuku para demostrar que perseguían solamente la pureza y no la gloria personal.

Sin embargo, son traicionados por Makiko, la mujer que Isao amaba, y quien buscaba salvar su vida a como diera lugar, y por el propio padre de Isao, que acude a la policía unos días antes de que perpetraran el golpe. Al parecer Iinuma lo hace por envidia, al ver que su hijo se cubriría de gloria, pero también para darle una lección moral. Los jóvenes son llevados a juicio y logran salir libres gracias a la defensa que hace de ellos Honda, cada vez más convencido de que Isao es la reencarnación de Kiyoaki, y a que se habían ganado la simpatía de la gente por sus motivos puros. Sin embargo, cuando Isao es liberado, Honda nota que ya no tiene la pasión en la mirada que antes lo caracterizara. Y en un día de fiesta, Isao escapa de la vigilancia en la que lo tenían sometido y se dirige a la casa de campo de Kurahara, el empresario más importante del Japón y, por tanto, su principal tumor. Logra penetrar en la casa y lo mata, no sin antes hacerle saber que es un tipo impuro y que sólo con su muerte podrá purificarse y dejar al Japón con alguna esperanza de redención. Después huye en medio de la noche hacia una cueva en un acantilado, desde donde escucha a sus perseguidores. También oye el romper de las olas del mar, el viento, y pese a la oscuridad, se da muerte mediante el seppuku, logrando con ello un momento de infinita alegría.

Caballos desbocados no es una novela tan sencilla de comprender para un lector común de occidente, ya que allí subyacen elementos de pureza espiritual muy tradicionales de la ideología japonesa, los cuales cuestionan las tradiciones cristianas, en las que el suicidio es uno de los peores pecados que puede cometer un ser humano contra Dios. Es una novela conmovedora y profética de lo que dos años más tarde hará el propio Yukio Mishima, como una forma de protesta ante la pérdida de los valores japoneses frente al exacerbado amor a lo estadounidense, cada vez más expandido después de la Segunda Guerra Mundial.