viernes, 18 de marzo de 2011

El gesticulador, de Rodolfo Usigli


César Rubio ha huido junto con su familia a un remoto pueblo en el desierto. Es decir, al pueblo en el que nació. Y más que huir, en realidad ha roto con un pasado en el que todo estaba teñido de fracaso: su nimia carrera como profesor de historia mexicana en la universidad nacional, la pobreza compartida todo ese tiempo con su esposa Elena y sus dos hijos Julia y Miguel, de 20 y 22 años respectivamente, que se hundían, ella en el deseo de un muchacho que no le hacía el menor caso debido a lo anodino de su rostro, aunque tuviera un cuerpo que emanaba fuego; y él, que pese a “estudiar” en la universidad, en realidad fungía como uno de esos “fósiles” que no hacen sino gastar el tiempo en huelgas y estériles debates políticos. Y así, después de una discusión en la que todos culpan de una u otra forma a César, de pronto aparece Oliver Bolton, un académico estadounidense que necesita pasar la noche en su mísera casa debido a un desperfecto de su auto. Cuando platica con César, éste se entera de que Bolton busca información sobre un par de personajes de la historia revolucionaria de México. En especial del general César Rubio, quizá el personaje más influyente en la revolución, por encima de iconos como Emiliano Zapata y Francisco Villa, y cuya desaparición es un verdadero misterio.

En una charla que sostienen, César le da información que sólo podría conocer un historiador, y cuando le cuenta acerca de la muerte de Rubio, Bolton no le cree porque “la verdad siempre debe estar regida por una lógica”, y la muerte del general a traición, por uno de sus propios ayudantes, no le parece nada lógica ni digna de un héroe como Rubio. Al no creer la verdad, Bolton busca una mentira, y Rubio subconscientemente ve en ello una oportunidad de “venderle” su identidad como el general Rubio, aprovechándose de la homonimia y de las coincidencias en cuanto al lugar de nacimiento y a la edad tan similar que tendrían si aquél no hubiera muerto. Sin embargo, le hace prometer a Bolton que no hablará con nadie acerca de ello.

Bolton rompe su promesa y a las pocas semanas aparece un artículo en The New York Times, en el que se habla del casual encuentro que el profesor Bolton ha tenido con un héroe de la Revolución Mexicana. Miguel lee el artículo a sus padres con cierta estupefacción y desconfianza, arguyendo que quizá nunca ha conocido a su propio padre. Antes de que las explicaciones prosperen, aparecen varios políticos locales que buscan “la verdad” acerca de ese Rubio que cimbraría la escena política nacional. Con unas cuantas pruebas superficiales, llegan a la conclusión de que sí es el legendario general César Rubio, quizá también ayudados por su deseo de colocar un candidato al gobierno del estado que rompa con el continuismo del régimen actual, el cual, por cierto, no les aporta ningún beneficio. Es decir, más que la irrevocabilidad de una prueba de su identidad, todos “quieren creer” que realmente se trata del mítico personaje y ven en ello una oportunidad para sus propios intereses. César, pese a la desconfianza y súplicas de alejarse de la política por parte de su esposa, decide aceptar la postulación, y semanas más tarde adquirirá incluso un aura de serenidad: como si el legendario César Rubio realmente hubiera encarnado en el humilde profesor César Rubio. Todos están felices por su candidatura, excepto el general Navarro, único conocedor del secreto debido a que él era el asesino de Cesar Rubio. Amenaza con desenmascararlo a menos que renuncie a la candidatura, a lo cual Rubio ya no teme, pues su identidad se ha fusionado de tal forma con la del general, que ya nadie creería que es un impostor, y además, le hace ver que ambos están atrapados por el mismo secreto.

No obstante, las amenazas de Navarro terminan con la muerte de César Rubio durante su presentación como candidato oficial, y usando rápidamente la demagogia, no tarda en manipular al pueblo, que comenzaba a dar muestras de repudio a Navarro, prometiendo suspender su propia candidatura hasta que se aclare el asesinato y resarcir a la familia del general Rubio, en caso de que él sea el gobernador, como seguramente pasará. Y con la muerte de César, Elena quedará trastornada, Julia logrará una “belleza” derivada de la grandeza de su padre, y Miguel intentará huir de la sombra de su padre en busca de una "verdad" que siempre se le termina escapando.

El gesticulador es la obra capital de Rodolfo Usigli. Fue varias veces censurada desde su estreno en 1947 –aunque Usigli la escribió en 1938– por el retrato sin concesiones que hacía de las “maniobras” empleadas por los políticos mexicanos posrevolucionarios, encarnados principalmente en Navarro y los que rodeaban a César Rubio; pero al mismo tiempo es una obra acerca de la identidad y de cómo puede significar una oportunidad de trascendencia para un hombre que antes de ello había chapaleado continuamente en el fracaso.