sábado, 9 de enero de 2016

Media vida, de V. S. Naipaul



En una ciudad India de mediados del siglo XX, Willie, hijo de un brahmán que decidió renunciar a su jerarquía social en pos de un extraño sacrificio al casarse con una mujer de la casta más baja (de aspecto casi «tribal», en palabras del brahmán), sabe que en su tierra no le espera ningún futuro, por lo que convence a su padre —a quien desprecia profundamente por obsequiarle semejante herencia— de enviarlo a Inglaterra, donde estudiará becado para obtener un título de maestro. Ése será el principio de una reestructuración de su identidad y una revisión de sus orígenes y sus odios desde una perspectiva llena de lejanía y de paulatina comprensión. Al cabo de los años que dura su beca logra terminar sus estudios, hacer guiones radiofónicos para la BBC e incluso publicar un libro de relatos, tras el que conocerá a Graça, una chica africana de orígenes portugueses que fungirá como sus primer amor de verdad.

Y a sabiendas de que regresar a su país significará siempre llegar a un lugar sin futuro para él, decide seguir a Graça al África oriental, a una colonia portuguesa en la que vivirá los siguientes dieciocho años, justo cuando la huida en masa de los colonizadores lo llevará buscar nuevamente su lugar en el mundo, no sin antes efectuar incontables descubrimientos sobre sí mismo y sus mojigatos y tristes conceptos acerca de la sexualidad. De esa manera desarrollará una visión cada vez más piadosa de sus padres y su hermana, atrapados bajo el peso de idiosincracias milenarias, si bien ésta última logra evadirse mediante su oportuno matrimonio con un viejo fotógrafo alemán. 

Creo que de no ser por el final, innecesariamente precipitado, este habría sido un libro memorable. Naipaul posee la magia del narrador oriental y un humor transgresor propio de otras latitudes, con lo que resulta difícil no engancharse con su prosa, pero en Media vida (Half a Life, 2001) da la sensación de que en las últimas páginas llegó a un callejón sin salida, o de que, en un reflejo demasiado literal del título, se corta de golpe justo a la mitad de una existencia que sabemos no termina ahí, pero que tampoco sospechamos hacia dónde irá. Bien, pero ¿y después? Siento que me faltó esa parte.

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