Cuando se desata el rumor de una guerra en las lejanas e hipotéticas tierras de Ismailía, en África, los redactores del periódico Beast deciden enviar como corresponsal de guerra a John Boot, un joven escritor cuya fama ha estado creciendo como la espuma merced a sus extrañas y deslumbrantes novelas. Sin embargo, gracias a una confusión de apellidos, terminan enviando al parsimonioso William Boot, encargado de una columna semanal en la sección de ciencias naturales del diario y que, de entrada, no parece el más indicado para sobrevivir a los peligros que tendría que enfrentar un corresponsal de guerra: lleva una vida aristocrática y contemplativa en su casa de campo, no es aficionado de alejarse por mucho tiempo de su hogar, regido por tres arcaicas presencias femeninas y, finalmente, no cuenta con ninguna experiencia como periodista. Sin embargo, tras un minúsculo escándalo provocado por un error en uno de sus artículos, tendrá que acudir a las oficinas del Beast en Londres para aclarar los inconvenientes suscitados por su texto. Ahí se entera, sin que pueda hacer nada por evitarlo, de que el dueño del Beast, el incontestable magnate lord Copper, quiere enviarlo a Ismailía para cubrir los conflictos que, según ciertos informes, están próximos a suscitarse.
Así, pese a sus desamparados intentos de permanecer en la tranquila rutina de su hogar en Inglaterra, William será enviado a una extravagante aventura en tierras desconocidas. Y durante el viaje en barco conocerá a Corker, periodista de largo y retorcido colmillo que le enseñará, sin falso cinismo, algunas máximas del mundo del periodismo: las noticias no suelen ser lo que parecen y cuando un hecho no existe en la realidad, el periodista está obligado a extraerlo de su propia imaginación; cuando realmente existe, no siempre interesará al gran público, y por ende, a los intereses del periódico; o bien, si el hecho existe, el periodista tiene la libertad de presentarlo como mejor lo sepa imaginar, siempre y cuando lo diga en primer lugar, generando una primicia que, empero, lleva consigo una fecha de caducidad. La ambición de Corker, así como su profunda suspicacia ante sus compañeros de profesión, darán a la novela algunos de los momentos más hilarantes, como al intoxicarse en el barco debido a la repugnante comida o cuando, junto con otros corresponsales, van en busca de una noticia que podría cambiar el curso de los acontecimientos en la inexistente ciudad de Laku.
En cuanto a William Boot, además de enamorarse torpemente de una alemana que hará lo posible por sacarle todo el dinero que pueda mientras su esposo regresa, cumplirá con la tarea encomendada con más éxito del que cualquiera hubiera sospechado, y cuando le llegue el momento de los reconocimientos –algo a lo que lord Copper parece tener una gran afición– los rehusará con total indiferencia, dando pie con ello a una nueva confusión con la que cerrará la novela.
La sátira que Evelyn Waugh emprende en ¡Noticia bomba! (Scoop, 1938) no se enfoca solamente en el mundo del periodismo al presentarlo abstractamente como un "poder" muchas veces irresponsable o al mostrar a los periodistas como una pandilla de beodos hambrientos de gloria personal, sino también cuando retrata las triquiñuelas de los poderes fácticos, en este caso ingleses, que pueden ser capaces de instigar o reprimir revueltas, mientras vayan acorde con los intereses de su gobierno o de su empresa, tal como sucede con los magnates de los diarios o con empresarios aventureros como Mr. Baldwin, quien es capaz de presenciar los hechos sin inmiscuirse en apariencia sino hasta que puede manipularlos en provecho propio, algo que hoy nos puede sonar muy familiar cuando escuchamos las decisiones de política internacional de ciertos países.
Pero más allá del desgastado discurso político/profético, lo que se lleva el protagonismo de ¡Noticia bomba! es la imposibilidad que tienen todos los personajes de permanecer a salvo de la pluma Waugh: todos tienen cola que les pisen, todos pueden ser igualmente ridículos o torpes, máxime cuando buscan la notoriedad o la fama. Y él único que saldrá menos manchado será precisamente el que trataba de huir de los reflectores, el que sintió al destino como una enojosa bifurcación en su previsible y cómoda rutina familiar.
La sátira que Evelyn Waugh emprende en ¡Noticia bomba! (Scoop, 1938) no se enfoca solamente en el mundo del periodismo al presentarlo abstractamente como un "poder" muchas veces irresponsable o al mostrar a los periodistas como una pandilla de beodos hambrientos de gloria personal, sino también cuando retrata las triquiñuelas de los poderes fácticos, en este caso ingleses, que pueden ser capaces de instigar o reprimir revueltas, mientras vayan acorde con los intereses de su gobierno o de su empresa, tal como sucede con los magnates de los diarios o con empresarios aventureros como Mr. Baldwin, quien es capaz de presenciar los hechos sin inmiscuirse en apariencia sino hasta que puede manipularlos en provecho propio, algo que hoy nos puede sonar muy familiar cuando escuchamos las decisiones de política internacional de ciertos países.
Pero más allá del desgastado discurso político/profético, lo que se lleva el protagonismo de ¡Noticia bomba! es la imposibilidad que tienen todos los personajes de permanecer a salvo de la pluma Waugh: todos tienen cola que les pisen, todos pueden ser igualmente ridículos o torpes, máxime cuando buscan la notoriedad o la fama. Y él único que saldrá menos manchado será precisamente el que trataba de huir de los reflectores, el que sintió al destino como una enojosa bifurcación en su previsible y cómoda rutina familiar.