martes, 31 de mayo de 2011

Cómo leer en bicicleta, de Gabriel Zaid



Muchos tienen la firme convicción de que la forma es la propia sustancia de cualquier expresión artística, incluida por supuesto la literaria. Si la forma muestra signos de cansancio, lo más seguro es que también el fondo resulte cansino, repetitivo, un esquema desgastado. Y ése parece ser el motor de los ensayos críticos reunidos en el volumen Cómo leer en bicicleta, publicado por vez primera en 1975 y a últimas fechas reeditado con textos más recientes, los cuales mantienen, sin embargo, el tono lúdico y sin concesiones que empleara Gabriel Zaid desde su primera versión, cuando se burlaba con toda franqueza de las triquiñuelas utilizadas por la “mafia literaria” de México para ensalzar única y exclusivamente a sus propios miembros, sin el pudor elemental que cualquier exceso de ego puede producir en las personas de bien.

Así, textos como “Sobre la producción de elogios rimbombantes”, “En defensa del jurado”, “El arte de convertir solapas en minifaldas”, “Demografía del Olimpo”, etcétera, dan al lector momentos de verdadero jolgorio en los que es posible reír a expensas de aquel interminable desfile de personajes pagados de sí mismos que abundaron en las décadas de 1960 y 1970, y que desgraciadamente parecen haberse reproducido en seres que hoy gozan de un soñoliento protagonismo en los famélicos reflectores de la culturita mexicana.

Sin embargo, en Cómo leer en bicicleta la lámpara de la crítica irá iluminando, con sonrisa piadosa o francamente sarcástica, no sólo los juegos onanistas de la intelectualidad mexicana, sino que también lo hará con los burdos subterfugios empleados por la política mexicana, lo cual adquiere una importancia ingente si pensamos que al momento de la publicación la llaga del 68 mexicano aún estaba lejos de cicatrizar, sobre todo al estar al frente del país un personaje lúgubre como Luis Echeverría Álvarez, quien cooptaba, no sólo a intelectuales de altos vuelos para que legitimaran su esperpéntico reinado, sino además incurría en el absurdo, junto con muchos de sus colaboradores, de quejarse de un estado de cosas que ellos mismos habían provocado.

¿Y cómo hizo Zaid para renovar el estancado aire de la crítica? Desde la propia crítica. Quiero decir, hace crítica de la crítica utilizando modelos que tradicionalmente se ven en otros ámbitos, y que en apariencia nada tienen que ver con la literatura: informes financieros (con todo y estadísticas), ecuaciones matemáticas, recetas de cocina, anuncios clasificados, entre otros métodos de inusitado uso cotidiano; con lo que los textos adquieren una frescura y desfachatez difíciles de igualar, aunque también se ve, al menos en los textos de crítica al sistema, una suerte de denuncia desamparada aunque machacona, al grado de que quizás mucha de nuestra actual democracia (la cual, es cierto, aún gatea y usa pañales) tiene una gran deuda con el espíritu crítico de éste y otros libros de Zaid.

Pero mejor ahí dejo los elogios. No vaya a ser que yo mismo caiga en las fórmulas empalagosas y rimbombantes que Gabriel Zaid retrata y desdeña con tan pícara elegancia.