martes, 26 de octubre de 2010

La pulga de acero, de Nikolái Leskov


Una vez concluido el Consejo de Viena, el zar Alejandro I hizo un viaje por diversas naciones en busca de prodigios. Así, al llegar a Inglaterra quedó totalmente asombrado ante una minúscula maravilla mecánica que no duda en comprar por un millón en monedas de plata de cinco kópeks: una pulga de acero que, mediante un mecanismo para darle cuerda a través de una llavecita aún más pequeña, efectúa una deliciosa danza que asombra al más imperturbable. Pero el zar va acompañado por Platov, que es un general cosaco tremendamente nacionalista y que además desprecia toda muestra de admiración al ingenio inglés, y está convencido de que los rusos, sus amados compatriotas, pueden superar cualquier reto que se les ponga.

Tras la desgraciada muerte del zar Alejandro I, Platov es el único que conserva el secreto de la pulga de acero, hasta que el heredero al trono, el zar Nicolás I, finalmente pregunta por los misterios de ese diminuto objeto que perteneciera a su padre. Entonces Platov muestra las virtudes de la pulga y el zar, tan nacionalista como él y a pesar de su asombro, le pide que busque artesanos rusos que puedan superar el trabajo de los ingleses, con el fin de demostrarles que cualquier cosa que hagan puede ser hecha de mejor forma por los rusos.

De esa manera, Platov lleva la miniatura a Tula, ciudad en donde abundan armeros y artesanos maestros en su oficio. Allí les pide que elaboren algo exquisito que supere la obra de los ingleses. Mas los artesanos, antes de emprender la difícil tarea, se van a venerar el antiguo y terrible icono de san Nicolás, en Mtsensk, protector del comercio y los asuntos militares, con el fin de que los bendiga en su proyecto. Y sólo después de eso comienzan su labor encerrados día y noche en la casa de uno de ellos, un zurdo bizco, y los vecinos sólo lograrán escuchar el incesante y vigoroso golpeteo de sus martillitos.

Así, a la llegada de Platov, quien a su vez ha sido apurado por el zar, muestran el fruto de su trabajo. Pero en verdad su trabajo es tan fino, que sólo con el pesquescopio más potente se logra ver lo que han hecho, a tal grado que Platov cree que le han tomado el pelo aquellos artesanos en los que más confiaba. Y enfurecido porque además cree que han estropeado la pulga de acero, ya que no realiza más la deliciosa danza, lleva a punta de golpes y zarandeos al zurdo bizco para que explique su fechoría. Sin embargo, el maltratado zurdo muestra la preciosa obra al zar, quien quedará tan asombrado con el fino trabajo de los artesanos, que enviará a Inglaterra al zurdo bizco. Así los ingleses le rendirán tributo como el único hombre que ha logrado superar su «fanfarrona» ciencia. Sin embargo, las aventuras del zurdo bizco en Inglaterra estarán marcadas por sus constantes lamentaciones y una implacable nostalgia al verse arrebatado de su terruño, la «madre» Rusia, a la que no ve el momento de volver. Incluso rechaza la invitación de los ingenieros ingleses para que permanezca con ellos y les enseñe todo lo que sabe una mente tan asombrosa como la suya. Por ello se embarcará de regreso, no sin emborracharse vehementemente durante la travesía, con funestas consecuencias para sí mismo.

La pulga de acero (1881) es considerada por Walter Benjamin como una de las mejores obras de Nikolái Leskov (1831-1895), narrador ruso minuciosamente menospreciado por sus contemporáneos, que fueron incapaces de reconocer la tremenda ironía que subyace en sus textos, los cuales están narrados a la manera de las leyendas tradicionales rusas, pero al propio tiempo ostentan una crítica sin cuartel contra los amaneramientos de su sociedad y los vicios del esnobismo ramplón de las altas esferas. Es un texto lleno de neologismos polisémicos, lo que lo vuelve de una traducción casi imposible, aunque la versión de Sara Gutiérrez, parece conservar mucho del sabor original del texto ruso.