Advertencia: si usted está en pos de una novela de amor, con personajes que padecen encuentros y desencuentros, tristezas y alegrías, cantidades industriales de pasión, y todos esos elementos que suelen componer las historias de amor, de una vez le digo que Amore de Giorgio Manganelli no es lo que usted está buscando. No. De hecho, ahora que lo pienso, creo que sería muy difícil precisar cuál es exactamente el quid de este libro inclasificable. ¿Será acaso el lenguaje? Si usted, amable lector, ha leído alguna otra obra de Manganelli, sabrá que el escritor italiano es un consumado demiurgo de la palabra, capaz de generar y destrozar hipotéticos mundos en cada frase. Su prosa es el florecimiento delirante de las selvas, la abundancia ostentosa de los océanos, el intenso colorido que se puede exprimir a los prismas usando apenas un rayo de luz. Amore no es la excepción. Si buscáramos a un protagonista en ese cúmulo de frases e imágenes delirantes, tendría que ser el lenguaje, que parece nacer y morir en sí mismo, entre una bacanal de significantes y significados. ¿O será acaso el amor? El título no es gratuito, por supuesto, pero debemos tomarlo con un horizonte de expectativas mucho más amplio y heterogéneo que aquello que nos viene a la mente en cuanto escuchamos esa palabra. El amor para Manganelli no es la lógica culminación del deseo, ni el encuentro en el que los amantes se inflaman tras una larga y angustiosa espera. No, más bien está hecho de ausencia, de lejanía, de deseos insatisfechos, de recuerdos de momentos que pudieron llevar a dulces desenlaces y que, en cambio culminaron en escenas silentes, mudas, incluso desgarradoras, aunque el propio lenguaje pareciera desmentirlo todo a través de la ironía y sembrando al propio tiempo una serie de dudas, sin esperanza de convertirlas en certezas. No hay manera de entrar en alguna trama narrativa que guíe al libro por la simple razón de que ésta no existe. Por eso sería inexacto llamar novela a este texto. Amore es más un monólogo apasionado, una plegaria prosaica, una exploración policroma en la esencia del amor, una enumeración de sensaciones e imágenes que comparan al ser amado con elementos sublimes y escatológicos —o ambas cosas a un tiempo—, con situaciones en las que, entre otras cosas, la ternura y una especie de necrofilia parecen bailar estrecha y melancólicamente, un retablo estructurado con delicadeza y destrozado a fuerza de sarcasmo, un montón de pequeñas historias, o mejor, una aglomeración de embriones de historias que se hinchan y estallan como burbujas de jabón, sin razón aparente, y sin que importe gran cosa al corpus del libro. Todo ello en un escenario que siempre parece hecho de tinieblas, de una oscuridad hasta cierto punto viscosa. Además, al final del libro Manganelli nos obsequia una suerte de diálogo sofista/filosófico sobre el amor, el amante y el amado, en el que sale a relucir la tesis de que nadie posee aquello que ama y nadie consigue aquello que ama; es decir, el amor al final es la nada, por eso es que se encuentra por doquier, y todos, absolutamente todos los seres vivos —sin importar que sean "alimañas" como serpientes, alacranes o gusanos— tenemos eso en común precisamente: la incansable búsqueda del amor, de la nada...