martes, 4 de diciembre de 2012

Yo serví al rey de Inglaterra, de Bohumil Hrabal

En la Praga de entreguerras, Jan Ditie, un joven de catorce años, de escasa estatura, rubio y de aspecto bufonesco, comienza el relato de cómo "lo increíble se hizo realidad" en su vida, no a partir de las sentimentales experiencias familiares, como muchos pensarán de inmediato, sino cuando inicia su camino hacia la riqueza al obtener un empleo como humilde botones en el hostal Praga Ciudad Dorada. Lo primero que recibe de su patrón no es la bienvenida, ni tampoco un consejo, sino un tirón en la oreja izquierda acompañado de una orden: "¡Recuerda, no has visto nada, no has oído nada! ¡Repítelo!", acto seguido, su patrón le tirará de la oreja derecha y agregará "Pero grábate en la memoria que tienes que verlo y oírlo todo. ¡Repítelo!" Tras ese proemio, seguiremos sus aventuras –narradas con significativos guiños a la picaresca de siglo de oro español, o quizás al irrepetible Gargantúa y Pantagruel de Rabelais, o tal vez más certeramente a Las aventuras del buen soldado Švejk de su compatriota Jaroslav Hašek– como el momento en el que decide entregar su virginidad a un amor pagado, su consecuente adicción al sexo femenino, pero en particular a colocar flores y pétalos en las "barriguitas" y otras zonas de las chicas, su cada vez más creciente amor por el dinero, sobre todo cuando sorprende a uno de los clientes en el extraño acto de rendirle culto, y las felices orgías que millonarios y políticos de alto nivel desarrollan ante sus propios ojos. Así, al ver que los millonarios, pese al estigma que el mundo les ha colocado, gastan sus fortunas felizmente, decide que algún día será uno de ellos, y mientras tanto se divierte lanzando monedas de baja denominación a la calle para ver cómo las personas, sin importar su condición social, son capaces de encorvar la espina para conseguirlas. Y por eso, de ser un simple botones, asciende a camarero, a maître y finalmente a dueño de su propio hotel...  Ése, de hecho, parece el motor principal en toda su historia: llegar a ser el dueño de un gran hotel y así ganarse el respeto (no el cariño, el cual está lejos de interesarle) de los herméticos millonarios praguenses, quienes no harán otra cosa que despreciarlo. Pero antes deberá, no sólo aprender algunas máximas de quienes buscan ser millonarios, sino también adoptar posturas ridículas que hagan olvidar su baja estatura y su casi ausencia de cuello, conseguir los atuendos bajo medida que debe tener todo "gran señor", aprender a leer los deseos de los clientes –tal como le enseña el maître que sirvió al rey de Inglaterra– antes de que los conviertan en palabras, e incluso enamorarse de una mujer alemana de "raza pura" justo a tiempo para que todos sus compatriotas lo desprecien y lo estigmaticen con la tinta indeleble de los traidores, ya que mientras ellos eran ejecutados sumariamente por los nazis, él intentaba masturbarse sin éxito para ver si su esperma de «checo de mierda» podía preñarla y concebir a ese hijo que resultará aficionado a la extraña actividad de martillar clavos en todo momento y lugar. Pese a todo, Ditie es un gran lector de los acontecimientos presentes, y de esa forma sabe que los sellos hurtados a algún judío caído en desgracia lo convertirán de golpe en millonario una vez que la guerra termine, aunque para ello deba hurgar entre los escombros de un bombardeo y ser la afortunada víctima de un secuestro de la Gestapo, lo cual podría lavar su imagen ante sus compatriotas al convertirlo de golpe en un preso político. Pero con la llegada del comunismo a tierras checas y la subsecuente persecución de millonarios, Ditie hará lo posible para ser arrestado entre ellos y compartir así las extravagantes comilonas entre millonarios y vigilantes, aunque nunca conseguirá que dejen de despreciarlo y lo acepten muy a pesar de su fortuna. Y finalmente se apartará a un rincón en medio del bosque en donde comprenderá, acompañado de varios animales que lo seguirán a todas partes, como una extraña y variopinta familia, que la vida es mucho más que la persecución desenfrenada de la riqueza... Esa es la línea, trazada un poco al "carboncillo", que mueve a la fulgurante Yo serví al rey de Inglaterra de Bohumil Hrabal, novela en tono satírico, alegre, juguetón, pese a que cada tanto los diversos momentos históricos que sirven como anclaje al protagonista desembocan en desgracias o en episodios tan terribles que, si no fuera por el lenguaje y el tono un tanto hiperbolizado que se exprime de él, llevarían a esta obra maestra hacia los yermos territorios del drama o la tragedia, de los cuales, según yo, tenemos más que suficiente.