martes, 3 de mayo de 2011

Los presidentes, de Julio Scherer García



Julio Scherer García (México, 1926) ha sido una pieza fundamental para comprender el aparato político mexicano desde uno de los años más polémicos de la era moderna: 1968, cuando es elegido para dirigir el periódico Excelsior, que entonces encaminaba sus pasos a través de una cooperativa, y con cuyo liderazgo se convertiría en el diario más importante en lengua castellana gracias a la línea crítica que siempre empleó hacia el gobierno mexicano, sin las acostumbradas complacencias que se manejaban en prácticamente todos los demás diarios de circulación nacional.

En Los presidentes, una mezcla de memorias, crónicas de diversas vivencias personales, e incluso algunos documentos de varios colaboradores suyos en Excelsior o en la revista Proceso (que creó junto con algunos compañeros que salieran de Excelsior después del “golpe de mano” perpetrado por el maquiavélico Luis Echeverría en 1976), Julio Scherer García hace un retrato un tanto metonímico de los vicios del poder mediante la descripción e influencia de la personalidad del presidente en turno y la directa relación que eso significará para los rumbos que va tomando el país. Y es que siempre fue un testigo muy cercano del poder, gracias a la relación que sostuvo con los presidentes Gustavo Díaz Ordaz, Luis Echeverría Álvarez y José López Portillo (con éste último incluso guardaba parentesco). Con Miguel de la Madrid nunca tuvo un acercamiento personal debido, a que, según el propio Scherer, era muy sensible a la crítica. Por tanto, Scherer siguió sus decisiones y su línea de gobierno sin lograr nunca una entrevista directa, algo que buscó sin éxito durante todo su sexenio.

La descripción de las respectivas personalidades presidenciales va acorde con los momentos que el país va experimentando. Así, la intolerancia y malhumor de Gustavo Díaz Ordaz discurren de forma paralela con los actos de rebelión estudiantil y el clima de represión que sobrevendrá en todos los estratos sociales, y así también mencionará los lúgubres días que padeciera tras la matanza del 2 de octubre y que habrían de perseguirlo hasta el día de su muerte. Analiza con diversos ejemplos (entre ellos su propio caso cuando es expulsado de Excelsior) la personalidad shakespeariana y los maquiavélicos procederes de Luis Echeverría Álvarez, que a todos decía lo que querían oír para intentar llevarlos hacia una zona en la que él mismo pudiera controlarlos a su antojo, sin importar que fueran sus propios colaboradores, los empresarios o los periodistas. Y por supuesto, describirá muchas de las frivolidades sibaríticas de José López Portillo y sus allegados, en particular la indescriptible corrupción de Arturo “El Negro” Durazo, quien simbolizará los excesos del gobierno en la “era de la abundancia” petrolera.

Los presidentes, más que como una crónica periodística o como un estudio histórico, está estructurado como una larga conversación. No cuenta con capítulos delimitados por un tema o un hilo discursivo que guarde algún orden por lo menos cronológico o narrativo, así que lo mismo podemos seguir las vicisitudes de Scherer y su relación con Luis Echeverría o alguno de sus colaboradores, regresar a los días en que se fraguaba la hecatombe de Tlatelolco, adelantarnos en algún punto de los años de Miguel de la Madrid, o examinar la minuciosa descripción del “chayote” o “embute”, que era como se le llamaba a una extraña costumbre de la prensa que consistía en aceptar dinero del gobierno con tal de no publicar crítica de ningún tipo (a veces con un cinismo que rayaba en la insolencia), el cual vivió su auge desde los tiempos de Díaz Ordaz. Pese a lo anterior, el libro resulta sumamente ameno, además de ser indispensable para examinar una radiografía del México actual. Aun cuando al final queda la sensación de que hemos estado, quizás demasiado cerca, de las pútridas emanaciones del poder político mexicano.