lunes, 25 de abril de 2011

La boca llena de tierra, de Branimir Šćepanović


La muerte es uno de los tópicos más recurrentes dentro y fuera de la literatura. El momento sublime del tránsito de la vida hacia lo incógnito ha sido retratado desde el desamparo, el azar, el humor o el destino. ¿Pero qué sucede cuando un hombre, huyendo de la sentencia de muerte que significan tres frías palabras en latín, busca el último movimiento de la voluntad, es decir, morir por propia mano y así sustraerse a los horrendos dolores que habrán de sobrevenirle, los hedores, la vergüenza; sustraerse, en fin, a la paulatina e inevitable incapacidad de regir su propio destino?

Branimir Šćepanović explora dicha pregunta a través de la historia de un hombre que inopinadamente huye del tren que lo habría de llevar de regreso a su natal Montenegro, todo para poner fin a sus días, de preferencia en la cumbre de una montaña solitaria: una muerte hermosa, ya sea ahorcándose en un árbol, o arrojándose a algún precipicio, pero ambas con un factor en común: sin testigos indeseables, en completa soledad. Sin embargo, algo sale mal y al adentrarse en la montaña, de pronto se topa con dos hombres, dos posibles cazadores que acampaban y que, sin mediar explicación alguna, cuando el hombre decide no intercambiar palabra con ellos y huir desbocadamente en busca de un sitio en el cual cumplir con su plan original, deciden seguirlo, presas de una irresistible curiosidad.

Poco a poco la persecución del singular hombre que huye los va llevando a distintos estados mentales, que van desde una inocua curiosidad hasta el odio más corrosivo, sobre todo cuando a dicha persecución se van sumando cada vez más personajes, llevados casi siempre por las motivaciones más absurdas, ya que de alguna manera lo van cargando con toda suerte de culpas, tal como se hiciera con el famoso chivo expiatorio en la antigüedad. De esta forma, la historia se va convirtiendo en una densa alegoría que muestra la psicología de los inquisidores que van en pos de una víctima a la que se le carga con todas las frustraciones y todos los males, algo que las dictaduras de todas las épocas (aunque el lugar preponderante lo ostenten los totalitarismos del siglo XX) ilustrarían de manera ejemplar.

La boca llena de tierra (Usta puna zemlje, 1974) de Branimir Šćepanović, está narrada mediante una suerte de trenza hecha a dos voces, una de las cuales describe en tercera persona al hombre enfermo y el desarrollo de su misantropía inicial rumbo a un desahuciado e inútil amor por la vida, fruto de las distintas fases de la persecución; y la segunda voz, de uno de los cazadores, y que tendrá la particularidad de oscilar entre la primera persona del singular y del plural, con lo que la novela va adquiriendo un vértigo cada vez más angustioso y demencial, hasta que desemboca en un final sin grandes triunfos ni reivindicaciones. Una pequeña y deslumbrante obra maestra.