Sin duda, Tommaso Landolfi (1908-1979) coloca una curiosa trampa al inicio de La piedra lunar. Escenas de la vida de provincia (La pietra lunare. Scene della vita di provincia): pareciera que nos adentraremos en una novela romántica (las iniciales referencias a Leopardi contribuyen como anzuelo), de tintes bucólicos, situada en algún lugar de la provincia italiana; acaso una historia de amor en la que, sin embargo, no duda en hacernos partícipes de las pequeñas felicidades y envidias que pulen a diario los habitantes de cierto pueblo. Sin embargo, en medio de una velada familiar, en la que el protagonista, el joven poeta Giovancarlo, se esfuerza en poner de manifiesto la ramplonería de sus familiares, de pronto Landolfi hace irrumpir un elemento extraño: una mujer joven cuya principal característica, además de su insoslayable y previsible belleza, reside en que, en lugar de los delicados pies que debería tener una doncella, ostenta las escalofriantes pezuñas de una cabra.
Con ese misterio bastaría para atrapar a cualquier lector durante las siguientes 100 páginas, pero Landolfi agrega un ingrediente aún más inquietante: la chica, a quien todos llaman con el quimérico nombre de Gurú, asegura que ha llegado inopinadamente a la reunión para irse con él, con Giovancarlo. Así, después de esa noche, de la cual Giovancarlo no guardará el menor recuerdo, nacerá una obsesión por el misterio de la chica de las pezuñas de cabra, hasta que en su afán por conocer más de ella, pregunta pormenores a una vieja enterada de casi cualquier asunto relacionado con los habitantes del pueblo.
De esa manera, Giovancarlo se entera de que la chica es un “ser lunar”, incapaz de procrear descendencia y muy cercana a un extraño “amigo” de las montañas, quien sólo se deja ver durante ciertas noches en que la luna discurre de horizonte a horizonte por el cielo nocturno. Sin embargo, no queda conforme con la información que recibe de la vieja e idea una estratagema para ver a Gurú más de cerca, y así comprobar lo que él mismo advirtiera de forma un tanto onírica en aquella noche que la conoció. Todo funciona mejor de lo esperado, e incluso no tardan en hacerse amantes, con lo que Giovancarlo es testigo de las inquietudes nocturnas que sufre Gurú, hasta que un noche, incapaz de permanecer tranquila en casa, va con Giovancarlo hacia la montaña, en donde sufrirá una espeluznante metamorfosis bajo la blanquecina luz de la luna, y más tarde ambos asistirán a un fantasmagórico aquelarre junto con otras “Gurús” y los espectros de varios bandidos que asolaran aquellas tierras en el pasado.
Una de las primeras impresiones que tuve con La piedra lunar, fue la de una realidad un tanto inestable, precaria, con una propensión a internarse en la espesura de los mitos antiguos, como si la cotidianidad fuera apenas una cortina que se puede correr con bastante facilidad a través del inusual e incorpóreo lenguaje de Landolfi. A esta sensación contribuye también la extraña puntuación que usa en esta obra, en la que las comas están desterradas casi por completo cuando hay diversos elementos que se enlistan, con lo que adjetivos o características parecen cobrar sentido de un solo tirón; y por supuesto, también a las moléculas de picante humor que habitan en la sustancia de su estilo, cosa bastante admirable si pensamos que fue una novela publicada en 1939, cuando Landolfi contaba apenas con 31 años de edad.