domingo, 17 de abril de 2011

Bajo el volcán, de Malcolm Lowry



En pleno Día de Muertos, el 2 de noviembre de 1939, dos hombres, M. Laruelle y el doctor Virgil, recuerdan con estupor y amargura los sucesos ocurridos justo un año antes, en Tomalín, pueblo situado casi a las faldas del volcán Popocatépetl, a unos 15 km de la ciudad de Quahnáhuac (antiguo nombre nahuatl de Cuernavaca), y que además sería el último día en la vida del el ex cónsul británico Geoffrey Firmin. Pero eso no tendría mucho de particular si no supiéramos, poco a poco, que el ex cónsul ha vivido algún tiempo en México, país que parece encarnar una suerte de "paraíso infernal", en el que es posible contemplar cielos y paisajes de ensueño y al mismo tiempo ser el escenario de su hundimiento cada vez más inexorable en el alcohol. Las borracheras –producto de su soledad y su traición a los más grandes ideales en un mundo que comienza a ser precipitado hacia el incendio de la Segunda Guerra Mundial– son cada vez más siniestras en Geoffrey, al grado de experimentar lúgubres temblores y no pocos lapsos de delirium tremens, los cuales sólo pueden disminuir su intensidad siguiendo el curso a su círculo vicioso; es decir, bebiendo más alcohol.

Y es quizás debido a ese infierno que su esposa Yvonne lo abandona a su suerte, fastidiada de lidiar con él y su caterva de fantasmas. Pero inexplicablemente, al menos así suele ser el amor, regresa a buscarlo a Quauhnáhuac, algo sumamente inesperado para M. Laruelle, con quien parece haber tenido una aventura fruto del despecho. Ahora bien, al igual que la reverenciada Ulises, de Joyce, Bajo el volcán (Under the Volcano, 1947) retrata un día –en este caso el último– en la vida de Geoffrey, a través de flashbacks que van mostrando algunos momentos de su pasado en común, por lo general lleno de sueños truncos, con Yvonne. Ella regresa con Geoffrey con la esperanza de que abandonen ese México que parece desatar sus demonios y así comenzar una nueva vida juntos; pero el Cónsul parece decidido a seguir hasta el final un camino de autodestrucción inexorable.

Pero no sólo es Yvonne quien busca rescatar al Cónsul de ese camino de perdición. También Hugh, su propio hermano, un tipo idealista y un tanto revolucionario que a sus veintinueve años aún busca salvar al mundo a través de un marxismo "puro", va por él para hacerlo entrar en razón. Y para ello deberán seguir al Geoffrey a través de un recorrido alcohólico, alucinante, lleno de presagios funestos, como un caballo marcado con el número siete y un indio agonizante en plena carretera hacia Tomalín, donde la muerte rondará sus destinos con un escenario hermoso y pesadillesco: los volcanes adentrándose en el cielo conforme el día avanza hacia una noche de abundante mezcal, personajes torvos, vegetación exótica, trágicas coincidencias y una furibunda tormenta.

La crítica suele ser unánime a la hora de juzgar Bajo el volcán: es quizás una de las mejores novelas inglesas del siglo XX, lo mejor que pudo escribir el atormentado Malcolm Lowry, y que estuvo a nada de consumirse para siempre en un incendio. Pero más allá del anecdotario y los extraños accidentes que empedraron el camino no sólo de la novela, sino del propio escritor inglés, el retrato realista que hace Lowry, aunque salpimentado de alcohólica fantasía, de un México bello y feroz, en lucha constante contra sí mismo, quedará en la mente de muchos fascinados por ese extraño país que ofrece la promesa de un "infierno heroico" para los más osados.