lunes, 2 de febrero de 2009

Las sombras errantes, de Pascal Quignard



La editorial La Cifra nos ha regalado un libro inclasificable. Y aunque el término empieza a ser de uso común, Pascal Quignard no lo vuelve predecible. Estamos ante una especie de novela de la cotidianidad: se sobrevuela por la historia, por las leyendas, por la literatura, por el arte, por la propia vida. A veces es toda una relación de hechos, a veces Quignard sólo nos deja una frase, que sin embargo lo irá envolviendo todo poco a poco, porque se regresará una y otra vez a ella, descomponiéndola, dándole la vuelta o estirándola, tal como se hace con los guantes para sacudirlos completamente. Un estilo de fragmentación que recuerda la famosa vasija rota que Benjamin ideara para hablar de la imposibilidad de regresar a un lenguaje primigenio, y que aquí observo, sobre todo a la hora de recomponer un todo, cuyos fragmentos a primera vista no parecen tener conexión. La traducción, aunque trastabillando al principio, conforme las páginas pasan va dejándose llevar por el difícil ritmo del pensamiento de Quignard, la manera en que traspasa los temas y sobre todo la manera en que discurre sobre ellos. Así, pasamos de escenas de la vida de Sant Cyran hasta un recuerdo infantil de Quignard, o una lectura de Tanizaki, o el intento de escenificación de una frase dentro de la propia novela: "En la naturaleza no existen los fragmentos. El más pequeño de los pedazos sigue siendo el todo. Cada migaja es el universo[...]"[1] y se llega entonces a una desconcertante serie de conclusiones, ecos, tergiversaciones inesperadas. Las sombras errantes es uno de esos libros destinados a la consulta continua, a las ilegibles notas al margen de la caja tipográfica. Porque uno no puede sino hacer eco de ese juego que propone Quignard, contagiado por una especie de virus de la fragmentación. O bien, hurgando (y acaso descomponiendo) en el título del libro: un intento de aprehender con palabras un puñado de sombras errantes.

[1] Pascal Quignard, Las sombras errantes, Editorial La Cifra, México, 2007. Traducción de Dulce Ramos, p. 60.