Con El tañido de una flauta, publicada originalmente en 1972, Sergio Pitol inaugura su trabajosa trayectoria novelística. Es un texto que aún conserva mucho del lenguaje abrumador, dramático y un tanto oscuro que suelen exhalar la mayoría de sus cuentos. Y quizá lo más interesante en esta novela, antes que un estilo que todavía se vislumbra en ciernes, sea la propia trama: un juego de reflejos turbios en los que el arte y la vida se confunden, se dislocan, crean nuevos significados.
Carlos Ibarra es un viajero infatigable, un mexicano que después de vagabundear muchos años por el mundo, con el sueño siempre inalcanzable de escribir una novela, se va precipitando hacia una decadencia lenta pero inexpugnable, hasta que termina solo y hundido en la más sórdida miseria. Cegado súbitamente por esa realidad, va al encuentro de su propia muerte en un accidente de montaña, a las afueras de un pueblo ignoto de la costa de la entonces Yugoslavia.
Pero es justo en este punto en donde emerge lo más interesante de la novela, porque el narrador es un artista plástico, un pintor que empieza a tener cierto reconocimiento en el medio internacional, mientras que en México se queja de ser poco más que un don nadie, y que además se entera del final de aquel amigo lejano de manera oblicua e inesperada; es decir, a través de la película de un aclamado director japonés, que se exhibe en el festival de cine de Venecia, en donde el pintor forma parte de un grupo de mexicanos que ha cometido la impertinencia de exhibir una película infame. La historia que se cuenta en el film y aquella que el pintor conoce de primera y segunda mano coinciden en todos sus acontecimientos, salvo en algunos detalles que no aparecen en el argumento de la película.
Esa mezcla de realidades entrelazadas (la del arte y la de la vida), pone en marcha un tema que han tratado autores como Kawabata, en El sonido de la montaña , en donde el viejo Shingo de pronto descubre una escena que ya había visto años antes en un cuadro; o Borges en el cuento “Tema del traidor y del héroe”, en el que la realidad parece imitar inexplicablemente a la literatura. La trama de la novela de Pitol es un juego metaficcional entre diversos tipos de artes: la descripción de un evento ocurrido en la realidad por medio del cine, y el hecho de que esa misma realidad está siendo tratada por medio de la literatura.