martes, 8 de julio de 2008

La isla a mediodía, de Julio Cortázar

Marini es un nostálgico. Observa la isla suspendida en el azul casi negro del océano y lo que mira en realidad es una tortuga petrificada en el momento de ir emergiendo del agua. Una manera circular de ver la eternidad y el paraíso: el lugar anhelado por siempre. Su oficio le permite disfrutarla de manera más o menos regular, por lo general al mediodía, cuando el avión con ruta Roma-Teherán cruza por encima de las islas Cícladas en el mar Egeo. Entonces, durante ese minuto que dura la contemplación, todo pierde importancia, Marini aparta la sonrisa seductora, profesional, deja de atender a los pasajeros del vuelo y se inclina sobre la ventanilla de la cola, hasta “sentir el frío cristal como un límite del acuario donde lentamente se movía la tortuga dorada en el espeso azul”. La isla entonces simbolizará un sueño: el deseo de regresar a la esencia básica del hombre, vivir únicamente con lo necesario (la pesca, el mar, el cielo), sin las ataduras del mundo civilizado. Pero Cortázar no bosqueja el relato únicamente con los pinceles de la filosofía, juega además con distintos niveles de realidad, con el azar, con el Destino y sus ironías implacables. Y es por eso que llevará a Marini a experimentar con ese anhelo hasta sus últimas consecuencias: llegará a conocer la isla de cerca, respirará sus olores, sentirá su sol, sus vientos, sus aguas; y en el momento en el que esté más cerca de la felicidad, planeará incluso permanecer allí hasta el fin de sus días. Y es que, ¿qué más se puede necesitar cuando se han desterrado los fútiles deseos del alma? Sin embargo, todo es una trampa; Cortázar sabe que el paraíso es búsqueda, por tanto, siempre resultará inalcanzable. Y se lo hace saber brutalmente a su personaje, usando la sustancia de su propio sueño: en un juego donde la realidad estará situada en medio de un cuarto de espejos, Marini se encontrará con que detrás de su anhelo de fuga hay algo que se dirige directamente hacia él: un reflejo, una caída, su propia muerte. Nuevamente el paraíso se pierde. Seguirá manteniéndose sólo como vislumbre. De cualquier forma, no será la primera vez.