En Don Segundo Sombra la cuestión ética juega un papel fundamental para la formación del protagonista, Fabio Cáceres. Y es que antes de acogerse a las enseñanzas de don Segundo, Fabio era un niño sin orientación pedagógica, carente de toda enseñanza de integridad. La ausencia paterna es clave para que sus aventuras iniciales, cercanas a la picaresca, estén fuera de cualquier juicio moral. Pero precisamente esta carencia de figura paterna vuelve fundamental el cambio que experimenta ante don Segundo. Fabio rechaza el falso cariño de sus tías, huye de su hogar y opta por realizar actividades humildes que involucren su esfuerzo. Por tanto, la ausencia de orden no niega la existencia de una personalidad en ciernes. Y así, Fabio lo deja todo para seguir a ese “ideal” encarnado en don Segundo Sombra. Busca convertirse en un gaucho.
Ejercer el control y el dominio es la principal característica de los gauchos. Y por ello una de las tareas más importantes que practican es la domesticación de los potros. La autoridad sobre la bestia es una suerte de metáfora acerca del dominio de los impulsos. Pero antes de ejercer cualquier tarea, Fabio debe aprender a respetar las jerarquías y a soportar la fatiga y el dolor físico. “Hacete duro” le dice don Segundo, en clara referencia a lo dificultosa que resulta la vida permanentemente nómada del gaucho. No obstante, el trabajo no es un equivalente de penurias y sacrificios; antes bien, resulta una forma de vida moralmente plena. Y así también sucede cuando el gaucho enfrenta las adversidades de la fortuna, es decir, cuando Fabio gana y pierde las apuestas en las peleas de gallos y en las carreras de caballos. El joven, siguiendo el modelo de su maestro, enfrenta la derrota sin dramatismos: no debe haber cambios en el carácter sólo por la volubilidad de la fortuna.
Poseer el control significa, además del dominio de los impulsos, saber enfrentar las fuerzas ocultas. En aquella casa abandonada como un viejo esqueleto en medio de los arenales, en la escena nocturna en que don Sixto sufre una alucinación demoníaca, Fabio sucumbe fácilmente al terror, mientras que don Segundo se comporta con valentía y deferencia frente a lo desconocido. Y como se trata de una novela de formación, las pruebas que afronta Fabio irán aumentando en complejidad. Ya había sufrido un par de fracasos que don Segundo le ayudó a sobrellevar: el primer intento de domesticación de su caballo y el baile regional en el que fue rechazado por las mujeres que intentó cortejar. Sin embargo, el más importante es el enfrentamiento con el toro. Pero no nos equivoquemos, no se trata simplemente de la antiquísima lucha entre hombre y bestia, sino de una lucha entre dos contrincantes en el sentido más profundo de la palabra: Fabio quiere vengar las heridas causadas a su caballo y el toro parece responder a este desafío. El toro será tratado con respeto: es un rival que luchará a matar o morir, al igual que Fabio. Y este desafío es también una iniciación al mundo masculino, porque la muerte del toro, así como la cercanía de la propia muerte de Fabio, cobran la forma de un ritual. El toro simboliza el empuje viril que se posee y se controla. Es un bautismo de sangre, un sacrificio que conlleva un vínculo profundo con la víctima: fue el toro quien murió, pero Fabio pudo asimismo contemplar de cerca su propia muerte. Un paso necesario para convertirse en hombre. De esta manera Fabio ha pasado de “guacho” (término despectivo que designa a los bastardos) a “gaucho”. Ha conseguido una identidad que sobrepasa los simples apelativos. Y al final, cuando descubre la estirpe a la que pertenece, tiene una breve lucha consigo mismo, porque su identidad de gaucho no puede ser ocultada por un nombre de sociedad. Terminará cediendo a su destino: ha aprendido el ascetismo de la pampa y ahora está capacitado para mandar sobre otros a sabiendas de sus luchas diarias, de las exigencias que la tierra les impone a los desfavorecidos.