jueves, 7 de mayo de 2009

Sostiene Pereira, de Antonio Tabucchi



Estamos en Lisboa, en medio del calor agobiante de agosto de 1938. Pereira es un periodista que aparentemente se refocila en la mediocridad: es un hombre entrado en años, inmensamente gordo, con innumerables problemas de salud, entre ellos el corazón (debido a que tiene el colesterol hasta las nubes), y que trata de mantenerse al margen de cualquier ideología política, sobre todo para estar tranquilo en lo que le reste de vida. Además es viudo, no tiene hijos, practica la manía de hablar con el retrato de su esposa difunta, y como cúspide: está obsesionado con la muerte prácticamente desde la niñez. Durante 30 años se encargó de la crónica negra en un diario local; ahora es quien dirige la página cultural del Lisboa, un periódico vespertino asimismo mediocre, de corte catótilco y adulador de la dictadura salazarista.
Cuando busca a alguien para que se encargue de la sección necrológica de la página cultural, conoce al joven Monteiro Rossi, quien por su edad bien podría ser su hijo, y que poco a poco hará que su vida dé un vuelco de 180 grados. Rossi es un joven mitad portugués y mitad italiano que, junto con Marta, su novia, deciden ser parte de las fuerzas de resistencia republicana contra la dictadura franquista, ya que son conscientes de que si triunfa la dictadura en España, también se afianzará indefinidamente en la propia Portugal. Ninguno de los textos que Rossi le envía a Pereira sería publicable en un diario con las características del Lisboa. Son textos que de inmediato encenderían alarmas y represión. Sin embargo, aunque no los publica, Pereira paga de su propia bolsa los textos de Rossi y los guarda inexplicablemente, como si fueran semillas que en algún momento germinarán. De pronto, las actividades de Monteiro Rossi, aunadas a una nueva manera de observar la vida hacen que el propio Pereira empiece a involucrarse en un bando que parece ser el correcto, es decir, el de los que seguramente habrán de perder, porque son los más débiles, lo que al final lo lleva a ejercer un acto de voluntad y de protesta contra los excesos del sistema.
Monteiro llega a su casa una tarde. Se sabe perseguido por la policía, ya que ha estado reclutando, junto con su primo, posibles voluntarios que se opongan a la dictadura en las tierras del Alentejo. Cuando su primo es capturado, Monteiro pide ayuda a Pereira, quien lo alberga y le da de comer. Y siguiendo las instrucciones de Monteiro hace una llamada telefónica a Marta, en la que comprueba que algo ha salido mal. Con funestos presentimientos, regresa de inmediato a su casa para buscar a Monteiro. Por fortuna aún no ha sucedido nada extraño, así que ambos deciden cenar. Y en esas andan cuando a los pocos momentos llegan tres sujetos que dicen pertenecer a la policía. Buscan a Monteiro Rossi para darle una pequeña "lección de patriotismo" y para hacerle algunas preguntas, todo ante la impotencia de Pereira, que sólo puede esperar a que pase lo peor. Sin embargo, a los sujetos se les pasa la mano y terminan asesinando a Rossi en la habitación de Pereira. Se retiran, no sin antes amenazarlo con terribles consecuencias si acaso se le ocurre hablar de lo acontecido. Y así, en un acto de reivindicación póstuma, Pereira logra burlar a la censura y publica el único artículo necrológico que fue capaz de escribir, en el que ensalza la memoria de Monteiro Rossi y denuncia su asesinato, y de inmediato escapa, gracias a una inesperada astucia y a un pasaporte falso, rumbo a su autoexilio en las tierras de Francia.
Con Sostiene Pereira, Tabucchi logra una cúspide dentro de su carrera literaria, y es que esa constante repetición del estribillo de "sostiene Pereira...", como si estuviera declarando ante un invisible fiscal, la cual aparece una y otra vez a lo largo de la novela, la dota, pese a la perfecta sencillez de su estructura, de un abismo difícil de atisbar sin sentir mareos.