jueves, 2 de agosto de 2018

Los recuerdos del porvenir, de Elena Garro



No sabemos gran cosa de Ixtepec, salvo que es un pueblo ardiente y brumoso, en el que sus habitantes parecen más que acostumbrados a los asesinatos de indígenas que aún se dan en sus cercanías, y a los que cada tanto encuentran colgando en los árboles como los espeluznantes frutos de una revolución mexicana que ya luce marchita y tergiversada. Y aunque la geografía podría recordar las regiones de Morelos (en donde el espectro de Emiliano Zapata aún parece sediento de sangre y justicia), lo cierto es que el ancla de la novela es más bien histórica: estamos en pleno maximato, con persecuciones de índole política a quienes pudieran verse como traidores a Obregón o Calles, y con el telón de fondo de la estúpida guerra cristera, que tendrá en Ixtepec uno de los tantos episodios que recorrieron el país como un interminable escalofrío. 

La novela de Garro está dividida en dos partes, la primera de las cuales se enfoca en el general Francisco Rosas y su amor violento y desgraciado por Julia, una mujer de gran hermosura a quien nunca logrará poseer completamente, por lo que permanece atrapado entre los celos, un amor incurable y la violencia de un macho incapaz de dominar los pensamientos de la mujer que ama... y odia. Y entonces su furia se dirigirá contra Ixtepec y sus habitantes, sobre todo en la segunda parte de la novela, una vez que Julia haya escapado con su amante y el general crea ver la burla y traición del pueblo en cada uno de los rostros que hacen todo por no mirarlo. Así, una vez que la religión sea oficialmente proscrita y los sacerdotes perseguidos a muerte, el general Francisco Rosas obtendrá su venganza entre los miembros de una de las familias principales del pueblo, venganza que abrirá el camino de su propia perdición.

Lo curioso: la voz narradora es el propio pueblo de Ixtepec, quien habla de sus calles, sus cerros y sus habitantes como si hablara de su cuerpo y sus pensamientos. Y el propio tono de la narración, lo que me hizo fantasear en que si Dostoievski hubiera nacido en México y hubiese sido mujer, se habría llamado Elena Garro; al menos en cuanto a Los recuerdos del porvenir se refiere.

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