lunes, 26 de septiembre de 2011

Doktor Faustus, de Thomas Mann


En pleno bombardeo a ilustres ciudades alemanas durante 1944, Serenus Zeitblom, doctor en filosofía y filólogo de sesenta años de edad, se pone la tarea de hacer un relato biográfico en memoria del difunto Adrián Leverkühn, quien fuera amigo suyo desde la niñez y además “un músico genial que el destino levantó y hundió con implacable crueldad”.

Y así entramos a Doktor Faustus, por el sendero de las bildungsroman. Veremos entonces a Adrián prácticamente desde la infancia en Kaisersaschern, prolijamente descritos tanto los rasgos de su personalidad –entre los que destacaba su profunda hambre de conocimiento, una especie de avaricia intelectual azuzada por la soberbia, así como una tendencia irrefrenable hacia la ironía– como el desfile de personajes entre los que se desenvuelve. El contacto con la música le será dado desde muy temprano, ya que el tío con el que vivía contaba con una tienda en donde abundaban instrumentos musicales de todo tipo y de muchas partes del mundo, los cuales serán examinados secretamente por Adrián, hasta que su tío decide que tome clases de piano, “como una señorita de buena familia”, según el cáustico comentario del propio Adrián. El elegido para iniciarlo en la música será Wendell Kretzschmar, músico tartamudo que guardará estrecha relación con Adrián durante muchos años.

Sin embargo, tras la estadía en el liceo, Adrián optará por el estudio de la teología, acaso más en busca de la sordidez que de la esencia divina. Pronto cambiará su orientación influido por Kretzschmar, quien está seguro de que si se dedica a la música será un personaje de dimensiones inolvidables, tal como en efecto sucederá. Así, después de cierto tiempo, abandonará la teología para dedicarse por entero a la composición musical.

Cuando se traslada a Leipzig para ponerse bajo la enseñanza de Kretzschmar el mensajero que lo ayuda con su equipaje, después de un malentendido grotesco, deja a Adrián en un lupanar, en donde la prostituta Esmeralda tocará su mejilla con un brazo mientras él sólo es capaz de reconocer un piano en el que tocará unas cuantas notas antes de emprender una huida casi desesperada. Mas ese episodio será fundamental en su vida, ya que Adrián nunca olvidará el contacto de Esmeralda, al grado de volverse una obsesión para él así como la única mujer con la que podrá saciar su hambre de lujuria. Sin embargo, gracias a esa aventura, se contagiará de sífilis, precio fundamental para su posterior encuentro con Satanás, ya que un germen de locura se instalará en su cerebro a partir de ese momento.

El supuesto encuentro de Adrián con el Maligno tendrá una dosis de ambigüedad, ya que Serenus lo conocerá en palabras del propio Adrián, aunque de manera póstuma, tras revisar el cuaderno secreto que dejara ya difunto. Mas de lo que ahí se infiere, habría sido aproximadamente a los 21 años de Adrián, cuando vivía en Palestrina, Italia, con su amigo Rüdiger, poco antes de que comenzara su gloria como compositor. Ahí sellará una especie de trato en el que podrá convertirse en uno de los más geniales músicos de su tiempo durante 24 años, a cambio de dos precios terribles: una maldición en cuanto al amor, de cuyas mieles no gozará mientras viva (mostrada de forma cruel e implacable sobre todo durante su madurez), y el consabido de su propia alma, de la cual está seguro Satanás gracias a la incalculable soberbia de Adrián, aunque al mismo tiempo admitirá, sin darle mucha importancia a ese pequeño detalle, que podría librarse del trato sólo si en algún momento muestra una contrición total.

La mención constante al telón de fondo de la guerra mientras Serenus escribe la biografía de su amigo hace que coincidan diversos episodios con la derrota alemana en la Segunda Guerra Mundial, lo cual eleva el nivel de la biografía de Leverkühn a una compleja alegoría que ilustra el trato que acaso sellara Alemania con el demonio (encarnado tal vez en Hitler) al dejarse dominar por una locura que le brindaría algunas efímeras esperanzas de ser el país rector del mundo. Así, la caída de Adrián también coincidirá con el principio del fin de las falsas promesas que dominaran Alemania desde los años 30 del siglo XX. Y conforme a su época, la intención de Thomas Mann por abarcar todo un “universo”, en este caso el de todos los allegados a Adrián y a Serenus, hace que Doktor Faustus se convierta en un mosaico que muestra tanto la historia principal como historias secundarias o subalternas, costumbres de la sociedad y diversos episodios de la historia de Alemania y de la música en Europa, así como de la trágica postura germana al afrontar diversas épocas, particularmente antes y durante la Gran Guerra, así como en la tragedia que después sobrevendría.

Entre la multitud de detalles que brotan a la hora de profundizar en Doktor Faustus, resalta el hecho de que parece una novela escrita en al menos dos idiomas: el alemán y el idioma de la música, al que no deja de hacerse referencia durante toda la novela, y en especial cuando Serenus reseña las composiciones de Leverkühn con una minucia tal, que el lector lamenta que sean piezas inexistentes el "Apocalipsis cum figuris", y "La cantata del doctor Fausto", que según Zeitblom, serán las obras maestras que cubrirán con un halo de inmortalidad el nombre de Leverkühn. Según algunos entendidos en el tema, Thomas Mann pudo haber basado el minucioso lenguaje musical de la novela en conversaciones que sostuviera con Arnold Schönberg, Igor Stravinski, y Theodor Adorno durante la escritura de Doktor faustus (entre 1943 y 1947) en E.U., mientras que la personalidad de Adrián podría estar influida por las biografías de Beethoven y del propio Arnold Schönberg, considerado como el padre del dodecafonismo.

Un detalle curioso en cuanto a la lectura de Docktor Faustus fue que las dimensiones del libro no están en proporción con la historia que se narra, al grado de que las primeras 150 páginas parecen una especie de prólogo a la novela, prólogo que además luce los atavíos de las bildungsroman. Sin embargo, pasado ese dique, la novela comienza poco a poco a tomar una velocidad que llegará a ser frenética en el abrumador final, de una forma que sólo puedo recordar en El idiota, de Dostoievski, en el que cuatro quintas partes de la historia parecen una minuciosa distracción antes de recibir el brutal golpe del último episodio.