Suele ser motivo de desconfianza que un escritor hable de su propia obra, sobre todo porque de esa manera suele dejar al lector a merced de interpretaciones que quizás nunca habría sido capaz de encontrar por sí mismo. Muchos prefieren que el lector se encamine mediante sus propios senderos a través de una obra, sin rebuscadas o quizás ininteligibles teorías hermenéuticas.
La carta del 2 de enero de 1946 que Malcolm Lowry enviara a Jonathan Cape, editor en inglés de Bajo el volcán –novela pensada para formar parte de un grupo de seis o siete que ya no escribió, y que hoy es su obra principal–, para defender la obra tal como había sido escrita contra la opinión de un lector anónimo que se quejaba de ciertos excesos formales y que proponía algunos cortes en varios capítulos, es sin embargo una glosa que bien podría fungir como apostilla para un volumen de colección, ya que la multitud de temas que explora a la hora de defender, y por tanto interpretar, su propia creación han seguido vigentes entre su más fieles seguidores, que se han visto incapaces de agregar algún otro tópico más allá de lo que el propio Lowry menciona: los doce capítulos como una representación tanto circular como cabalística, el descenso a los infiernos totalmente emparentado (y bajo la forma de una parodia un tanto agria) con el dantesco, el absurdo que se trasmina en ciertas escenas, así como el humor equívoco que subyace en otras tantas, la falta de un dibujo más preciso de los personajes, el flujo de consciencia muy al estilo modernista, la parodia y diálogo con el Ulysses, de Joyce, etcétera.
Con esa carta queda claro además que Lowry sabía perfectamente la clase de obra que había hecho, y que confiaba en que el lector sabría escuchar el ritmo y humor requeridos para disfrutar Bajo el volcán sin la impaciencia que demuestra el lector anónimo de Cape ante ciertos capítulos.
En la segunda carta que integra el volumen de El volcán, el mezcal, los comisarios, enviada al abogado Ronal Paulton, veremos las pesadillescas peripecias que tendrán que padecer Malcolm Lowry y su segunda esposa, Margerie Bonner, desde el 10 de marzo de 1946 hasta principios de mayo del mismo año, cuando Malcolm hace su segundo viaje a México después de haber escrito Bajo el volcán bajo la profunda impresión que significara su estadía en México de 1936 a 1938. Un equívoco con relación a las fechas de estadía del escritor será suficiente para que se vean arrastrados al remolino de la kafkiana burocracia mexicana, que inexplicablemente parece complacerse en sustraerles el mayor número de dólares y hacerlos dar innumerables vueltas entre Cuernavaca y la ciudad de México, hasta que finalmente consiguen salir, casi por piedad de un funcionario de migración, por Nuevo Laredo, justo cuando serían deportados humillantemente. Nunca regresarán a México pese a su gran amor por el país.
Como lo había dicho líneas atrás, al final las dos cartas que conforman El volcán, el mezcal, los comisarios pueden fungir como apostillas que que pueden llevar la lectura de Bajo el volcán a niveles que de otra forma seríamos incapaces de alcanzar.
La carta del 2 de enero de 1946 que Malcolm Lowry enviara a Jonathan Cape, editor en inglés de Bajo el volcán –novela pensada para formar parte de un grupo de seis o siete que ya no escribió, y que hoy es su obra principal–, para defender la obra tal como había sido escrita contra la opinión de un lector anónimo que se quejaba de ciertos excesos formales y que proponía algunos cortes en varios capítulos, es sin embargo una glosa que bien podría fungir como apostilla para un volumen de colección, ya que la multitud de temas que explora a la hora de defender, y por tanto interpretar, su propia creación han seguido vigentes entre su más fieles seguidores, que se han visto incapaces de agregar algún otro tópico más allá de lo que el propio Lowry menciona: los doce capítulos como una representación tanto circular como cabalística, el descenso a los infiernos totalmente emparentado (y bajo la forma de una parodia un tanto agria) con el dantesco, el absurdo que se trasmina en ciertas escenas, así como el humor equívoco que subyace en otras tantas, la falta de un dibujo más preciso de los personajes, el flujo de consciencia muy al estilo modernista, la parodia y diálogo con el Ulysses, de Joyce, etcétera.
Con esa carta queda claro además que Lowry sabía perfectamente la clase de obra que había hecho, y que confiaba en que el lector sabría escuchar el ritmo y humor requeridos para disfrutar Bajo el volcán sin la impaciencia que demuestra el lector anónimo de Cape ante ciertos capítulos.
En la segunda carta que integra el volumen de El volcán, el mezcal, los comisarios, enviada al abogado Ronal Paulton, veremos las pesadillescas peripecias que tendrán que padecer Malcolm Lowry y su segunda esposa, Margerie Bonner, desde el 10 de marzo de 1946 hasta principios de mayo del mismo año, cuando Malcolm hace su segundo viaje a México después de haber escrito Bajo el volcán bajo la profunda impresión que significara su estadía en México de 1936 a 1938. Un equívoco con relación a las fechas de estadía del escritor será suficiente para que se vean arrastrados al remolino de la kafkiana burocracia mexicana, que inexplicablemente parece complacerse en sustraerles el mayor número de dólares y hacerlos dar innumerables vueltas entre Cuernavaca y la ciudad de México, hasta que finalmente consiguen salir, casi por piedad de un funcionario de migración, por Nuevo Laredo, justo cuando serían deportados humillantemente. Nunca regresarán a México pese a su gran amor por el país.
Como lo había dicho líneas atrás, al final las dos cartas que conforman El volcán, el mezcal, los comisarios pueden fungir como apostillas que que pueden llevar la lectura de Bajo el volcán a niveles que de otra forma seríamos incapaces de alcanzar.