viernes, 4 de febrero de 2011

Jakob von Gunten, de Robert Walser


El anhelo de ser nadie, o en sus propias palabras, de ser “un magnífico y redondo cero a la izquierda”, tan característico en los textos de Robert Walser, toma una forma apoteósica en Jakob von Gunten (1909), una de sus mejores novelas (inclasificable, como casi todo lo que escribió), en la que podemos examinar una especie de diario del propio Jakob von Gunten, un adolescente recién ingresado como alumno en el misterioso Instituto Benjamenta, en donde se acude para convertirse en espléndidos criados serviles, “gente modesta y subordinada” a la que le aguarda poco o ningún éxito en la vida.

Las situaciones que vive Jakob desde el mismo momento de su llegada, anticipan lo que se conocerá décadas después como “literatura del absurdo”, y que influirá decisivamente en escritores como Franz Kafka (Max Brod refiere que Kafka solía leer en voz alta los diálogos de Walser), Walter Benjamín y Elias Canetti, entre otros escasos fieles, algunos años después, en especial por el aire onírico y bizarramente humorístico de ciertos ambientes, así como por la extravagante ironía que subyace en la descripción de cualquier detalle cotidiano que descubre durante sus paseos, o cuando se refiere a los cortos o nulos alcances, tanto de sus condiscípulos, como de él mismo.

Ahora bien, un lector desavisado podría caer fácilmente en la trampa formal que tiende Walser y colocarle a Jakob von Gunten la etiqueta de bildungsroman, como todas esas novelas que invadieron las letras alemanas durante buena parte de los siglos XIX y XX, ya que es muy notable el crecimiento (aunque también se podría hablar de un “decrecimiento”) espiritual de Jakob con el transcurrir de las páginas. No obstante, dicha etiqueta resultaría insuficiente para contener una novela semejante, inclusive aunque fuera vista desde una perspectiva satírica o mínimo como una vuelta de tuerca de ciento ochenta grados de las novelas de formación, ya que Jakob no cuenta con precedentes claros como personaje literario.

Y es que el inefable Jakob parece tener una inteligencia deslumbrante, meticulosa, astuta, producto de sus agudas habilidades de observación, y acaso también de su natural talante orgulloso y aristócrata, si bien en ciertos momentos no duda en renegar de su estirpe, compuesta en otras épocas por bravos guerreros y no pocos estetas, como su propio hermano Johan, un reconocido pintor a quien no buscaría por nada del mundo, pero que saludaría entusiasta y fraternalmente si lo encontrara en la calle, tal como en efecto sucede.

Ahora bien, además de la galería descriptiva de cada uno de sus condiscípulos, entre los que sobresale Kraus, destinado como pocos para la virtuosa tarea de ser criado toda su vida, aunque al mismo tiempo podemos verlo como el alma más pura de cuantas haya conocido nunca, Jakob se da tiempo para elaborar pequeñas historias nacidas de su excitada imaginación, sueños un tanto diabólicos y plenos de simbolismo, descripciones de fútiles travesuras, reflexiones acerca del mundo moderno, de los vicios y virtudes de los hombres, y de cómo pueden tanto perderse en vanas ínfulas o bien ser dechados de virtudes, aunque a condición de que transiten esos senderos con prístina ingenuidad, lo que además resume en una frase no muy lejana de una bofetada: “Dios está con los que no piensan”.

Finalmente, es necesario precisar que el tenue hilo narrativo de Jakob von Gunten reside en los hermanos Benjamenta, dirigentes del instituto, y que muy probablemente conocieron mejores días, según se puede apreciar por las viejas fotos que decoran algunas paredes. Fräulein Lisa Benjamenta, de gesto constantemente frágil, angustiado, parece enamorada del protagonista, lo cual la llevará hacia la muerte, aunque también será la guía de Jakob en el alucinante viaje de exploración que emprenderá hacia su propia alma, en donde vislumbrará las pequeñas alegrías y las grandes tristezas que le aguardan para el futuro; mientras que Herr Benjamenta, en un principio hierático y terrible como un ogro, poco a poco le irá descubriendo una intensa y a veces sospechosa camaradería a Jakob, al grado de invitarlo a irse juntos hacia el desierto (no sabemos si metafísico o real) con el fin de exiliarse de la cultura europea a través de un peregrinaje sin más explicación, cuando el Instituto Benjamenta finalmente zozobre en un océano de soledad.