lunes, 17 de junio de 2019

Dzhan, de Andréi Platónov


El mundo de Andréi Platónov siempre parece ajeno a las grandes ciudades, si bien estas permanecen tras bambalinas, ya sea amenazantes, como una suerte de Cronos devorador de su progenie, o como el centro neurálgico del que emanan las inaplazables órdenes del comunismo. Y si bien ese mundo platonoviano es sobre todo rural en el entorno, ésta es sólo la capa más superficial, porque en cuanto nos adentramos un poco en las historias, de inmediato surge un núcleo profundamente filosófico, no tanto porque sus personajes reflexionen de tal manera durante la narración, sino porque sus actos llevan al lector a esa clase de cavilaciones. En el caso de la colección de relatos que conforman Dzhan, eso está llevado a un punto arquetípico, con personajes que intentan regresar a su perdida cotidianidad —o en busca de algún sueño trunco— luego de años de librar, directa o indirectamente, una guerra armada e ideológica, o imbuidos en la misión de llevar la felicidad del comunismo a todo el territorio ruso. Así, tenemos a una mujer que finge una gran enfermedad para que el marido, cuya misión comunista lo ha llevado a las provincias asiáticas de Rusia, regrese al menos un puñado de días con ella, que se desespera por no tener dónde verter todo el amor que le rebosa el corazón; o el hombre que regresa con su familia después de años de ausencia sólo para ver que sus hijos son pequeños adultos a su corta edad y que su esposa, abrumada por la soledad y las dificultades económicas, no ha tenido más remedio que sustituirlo temporalmente, uniendo su soledad con la de otro hombre que ha perdido a su familia; o ese otro que ha regresado al terruño solamente para poder cargar con el ataúd de su madre y cumplir los ritos de la región, como a ella le hubiera gustado; o aquel joven ex soldado que regresa también al terruño para casarse, pese a sus propias inseguridades, las cuales lo orillan a abandonar a su esposa creyendo que no es digno de ella, con lo que casi provoca una estúpida tragedia; o como sucede en el más extenso de los cinco relatos, el que da nombre al libro, en el que un joven originario de Dzhan, una zona esteparia —que cuesta llamar rusa—, ubicada al norte la antigua Persia, luego de ser abandonado por su desesperanzada madre, con las instrucciones de irse hacia algún lugar en el que no deba morir de hambre, con alguien que se pueda hacer cargo de él y le brinde alguna instrucción, y luego de varios años de vivir y ser educado en Moscú, regresa a Dzhan con el fin de llevar la felicidad a su pueblo por inapelables órdenes del gobierno. Sin embargo, resulta una orden muy difícil de llevar a cabo, sobre todo porque los escasos habitantes del pueblo, convertidos por la necesidad en una tribu nómada, han olvidado el deseo de vivir gracias a su extrema miseria, por lo que la labor comenzará desde un principio casi ancestral: la búsqueda de una tierra que pueda sostener la vida, la persecución de un rebaño de ovejas asilvestradas, la construcción de una aldea desde los propios cimientos, todo ello para encontrar la dignidad que ningún ser humano debería olvidar pese a la adversidad de las circunstancias. Así, los relatos deambulan entre regresos al terruño y misiones de llevar la felicidad del comunismo a todos los rincones de la patria; es decir, entre la melancolía y el absurdo. Muy a lo Platónov.

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