El Palacio de los Sueños (Nëpunësi i Pallati it të Endrrave, 1981)
El Tabir Saray o Palacio de los Sueños es quizás una de las más antiguas instituciones del imperio otomano. Su misión consiste en hacer acopio, a la manera de la recaudación de impuestos, de todos los sueños de los ciudadanos, sin importar su clase, riqueza o posición social. En sus bodegas subterráneas existen cantidades incontables de carpetas con los sueños que se han soñado dentro del imperio durante muchos años, de tal suerte que, si la Tierra sufriera un cataclismo y sólo quedaran esos sótanos en pie, quien hojeara las carpetas podría conocer a fondo la esencia humana... Eso, a decir de algunos, es lo más inquietante del Palacio de los Sueños, sobre todo porque guarda una estrecha relación con el poder, y la consiguiente reacción del poderoso en turno ante la zona oscura de la conciencia de todos los súbditos cuando establecen contacto con él... Lo que nos lleva a una pregunta: ¿qué debe hacer el imperio ante los pensamientos más recónditos de la gente, es decir, ante los sueños?
Mark-Alem, joven miembro de la antigua y aristocrática familia Qyprilli —caracterizada en que, a lo largo de los siglos, los hombres con tal apellido podían encaramarse a los más encumbrados puestos o hundirse en la desgracia, sin caminos intermedios— busca trabajar como funcionario en el Palacio de los Sueños y para ello recibe una recomendación de uno de sus tíos, gran visir en cierta provincia de Albania, misma que no le servirá en lo más mínimo, ya que la consigna del Palacio de los Sueños es evitar cualquier influencia externa, por muy importante que parezca ser. Sin embargo, Mark-Alem es aceptado, tras un recorrido interminable por los oscuros y oníricos pasillos, y comienza su labor en el departamento de Selección, en donde deberá descartar sueños falsos o inútiles, así como categorizar los elegidos de acuerdo con su temática y su posible importancia profética. Y todo para ir en busca de los sueños maestros, aquellos que han influido directamente, para bien o para mal, en los rumbos y la política del imperio.
Tras algún tiempo, Mark-Alem logrará acceder al departamento de Interpretación, cuya responsabilidad radica en dar sentido a los sueños elegidos, a partir, por supuesto, de una lógica subjetiva pero inapelable. Y es que si bien los símbolos oníricos han estado presentes en la humanidad desde tiempos remotos, el significado depende más del arbitrio de quien los juzga. Es así que vuelve a encontrar un sueño que le había tocado despachar mientras estaba en el departamento de Selección, un sueño que tiene los visos de un Sueño Maestro, y que, además, parece predecir algún evento decisivo que tiene que ver consigo mismo y con los Qyprilli...
La alegoría que propone Ismaíl Kadaré en El Palacio de los Sueños es compleja y pesadillesca: los símbolos se ponen a danzar tenebrosamente, sobre todo en cuanto a la relación entre el sueño y la muerte, cuyos territorios son los mismos, tal como se dice en cierto momento: "¿Qué otra cosa esperas que surja de los territorios del sueño?, continuó el otro. Son prácticamente los mismos que los de la muerte"; es decir, un gobierno en el que el término "totalitario" adquiere un sentido pleno y brutal al exigir no sólo la descripción de cada ciudadano de la parte más recóndita de su conciencia —los sueños— sino al tomar acción cuando ésta luce amenazadora, con lo que la libertad está coartada en la única zona que podría parecer inalcanzable, lo cual también se ilustra en otra acción imperial, grotescamente caricaturizada, que describe Kadaré: el decreto especial mediante el cual se ordena arrancar los ojos a cualquier súbdito del imperio que tenga una «mirada maligna», si bien, gracias a la magnanimidad del Estado, se les asigna una pensión vitalicia a cambio de su ceguera. En fin, un libro indispensable.
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