En un principio Etelka se siente profundamente agradecida con Iza, su hija, ya que a sus más de setenta años de edad y en medio del aturdimiento que significa la muerte de su esposo Vince, no tiene cabeza para nada. En cambio Iza sabe lo que hace, y por ello acepta cuando su hija decide vender la vieja casa en la que Etelka y Vince vivieron durante tanto tiempo. El hecho de que Iza la hubiese vendido a Antal, su exmarido, no tiene ninguna importancia para Etelka, al fin y al cabo, siempre ha sido como un hijo para ella, e Iza sabe lo que hace. Siempre lo ha sabido. Así que se va a vivir con Iza a la gran ciudad, a Budapest, en donde su hija no sólo tiene un céntrico departamento, sino una exitosa vida profesional como médica, y por supuesto, una vida social que poco tiene que ver con el provincianismo de su madre. La anciana se llena de ilusiones, cree que podrán estar juntas, compartir la vida hasta que a ella misma le llegue la muerte, cosa que ya no debería tardar tanto, pero pronto comprueba que para su hija es, en el mejor de los casos, un estorbo, ya que nada de lo que solía hacer con Vince le resulta útil con Iza, cuya rutina está tan establecida que cualquier intromisión de su madre, por más nimia que parezca, es vista como innecesaria y enojosa. En cuanto comienza a comprender el nuevo estado de cosas, Etelka va cambiando, se vuelve sombría y silenciosa, y cuando llega el día de colocar la lápida de Vince, regresa a su pueblo natal a cumplir su destino, mientras que Iza, víctima de su adicción al trabajo y de una inexplicable tendencia a la soledad, comprende que tarde o temprano terminará alejando a todos en su vida sin poder evitarlo.
La balada de Iza es una épica de la modernidad, una batalla entre dos visiones opuestas, mostradas a través de la relación entre una madre y su hija, quienes pese a buscar abnegadamente hacer lo mejor la una hacia la otra, terminan por convertir su relación en un fluir de malentendidos e incomprensiones cuya única desembocadura será la soledad.
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