lunes, 24 de septiembre de 2018

Voces de Chernóbil, de Svetlana Alexievich



Aquí algunos apuntes a propósito de este libro estremecedor:

El accidente de Chernóbil no tiene antecedentes en la humanidad. Durante los miles de años de historia ha habido guerras y cataclismos; accidentes como incendios o naufragios. ¿Pero un accidente nuclear de esas dimensiones? 

Los bielorrusos quizás estén destinados a la desaparición con el paso de las generaciones, gracias a que el 60% de la radiación emanada (cientos de veces superior a la que se liberó en la explosiones de Hiroshima y Nagasaki) cayó en su territorio, esto pese a que la planta nuclear de Chernóbil está ubicada en Ucrania. Son, por tanto, víctimas expiatorias que mostrarán al mundo lo que significa la vida y la muerte entre una cotidianidad de radiación nuclear. 

El libro es un abanico de voces que narran las consecuencias del accidente, cuando los primeros héroes/víctimas trataron de contener una catástrofe aún mayor, no sólo para Europa, sino quizás para el planeta, pero también la vida meses y años después en la gente común, cuando se hicieron comunes las malformaciones genéticas, el cáncer de tiroides, leucemia, entre muchos otros padecimientos que comenzaron a acompañar a la población desde entonces. Algunos casos, descritos a manera de monólogos por los protagonistas de la historia, conmueven hasta la médula.

La orfandad de las víctimas. Nadie, fuera de ellos, puede entender su tragedia, que además es de la propia humanidad. En algún momento una de las «voces» menciona que nada parecido ha sucedido antes en la historia. No hay ejemplos en la literatura. No hay arquetipos y nadie sabe cómo actuar. La radiación no se ve a simple vista. Ni siquiera se entiende bien lo que es. Y ellos deben vivir en algún lugar, ¿o no? Además está la visión externa, en la que prevalece la etiqueta de los apestados de Chernóbil, los contaminados. 

La culpa de las autoridades. Oídos sordos a las voces de alarma de algunos científicos. Decisiones y omisiones, secrecía criminal para no desatar el pánico, falta de visión para dimensionar una tragedia que desde el inicio lucía abrumadora. Más preocupados por conservar los privilegios de su puesto de poder que en las consecuencias de una radiación tan letal en la población.

De símbolo político a símbolo universal. Algunas «voces» se salen de la tragedia inmediata del accidente y de pronto hacen hincapié en que Chernóbil fue la sacudida final para el comunismo ruso, cuyas consignas solían asegurar que en la Unión Soviética no se cometían errores. No obstante, dicha perspectiva queda escuálida cuando se regresa al drama humano, ineludible en cualquier análisis de Chernóbil, por lo que si acaso se convierte en símbolo, seguramente trascenderá el simple plano político hacia una lectura más universal. Pero supongo que eso ya se verá con los años.

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