miércoles, 15 de mayo de 2013

Quo Vadis?, de Henryk Sienkiewicz



La leyenda dice que cuando el apóstol Pedro trataba de huir de la cacería de cristianos que se efectuaba en Roma en tiempos de Nerón, inesperadamente se encontró con Jesucristo, a quien le preguntó «Quo vadis, Domine?» (¿A dónde vas, Señor?) A lo que éste, con gesto sereno y triste contestó: «Voy a Roma para ser crucificado por segunda vez porque mis propios discípulos me abandonan», lo cual dotó a Pedro de la entereza necesaria para afrontar el martirio con el que Roma, hasta entonces hundida en la maldad y la corrupción, devendría en la capital del cristianismo.

Y es que durante el reinado de Nerón, el cristianismo era una secta a la que se atribuían toda clase de horribles crímenes: envenenamiento del agua, extraños ritos en los que se involucraba la sangre de inocentes, asesinatos y vilezas de toda índole. O al menos así es como los percibía el populacho en la capital del imperio, instigado acaso por los propios perpetradores de esos crímenes, cometidos, según la tradición, por el mismo Nerón y varios de sus patricios. 

De hecho, esa es la versión que Henryk Sienkiewicz retoma para Quo Vadis?: la de un Nerón enloquecido de poder y lujuria, amante de las adulaciones y poco tolerante con sus críticos, aficionado a secretas correrías nocturnas de las que varias veces regresaba con moretones o cardenales, pero eso sí, gran devoto de las musas del canto y la poesía, aunque sus resultados en dichos campos fueran más bien mediocres y artificiosos. Y por eso es que, ayudado por la lúgubre imaginación de su consejero Tigelino, va concibiendo la idea de incendiar la ciudad, porque de sólo imaginar las llamas reduciendo a cenizas todo el esplendor de Roma, la estimulación poética parecía llegar a un clímax tan sublime en Nerón que estaba seguro de que con su canto haría ver al mismísimo Homero como un pobre diablo entonando las desdichas de Troya.

Sienkiewicz da por hecho que en cuanto Nerón escucha que la plebe lo ve como el culpable del terrible siniestro, buscará algún chivo expiatorio que aleje de él las sospechas, y entonces, alentado una vez más por el cruel y burdo Tigelino —que además de ser uno de los instigadores del incendio ocupaba el cargo de general de los pretorianos—, culpará a los cristianos y los hará pagar de forma sangrienta en varios días de circo en los que serán devorados por fieras, crucificados masivamente o incinerados como antorchas para iluminar la oscuridad de la noche.

Eso en cuanto al marco histórico en el que transcurre la novela. Sin embargo, la trama discurre en al menos otros dos niveles: la historia de amor entre Vinicio y Ligia, que será al mismo tiempo la historia de una conversión religiosa, ya que Vinicio es un patricio militar que irá sufriendo una metamorfosis espiritual gracias a su amor por Ligia, y ella misma, una princesa proveniente de un lejano pueblo eslavo y que ha adoptado el cristianismo desde las propias raíces de su ser, con lo que se ha vuelto virtuosa hasta niveles inconcebibles. El otro nivel recae en las intrigas políticas e intelectuales protagonizadas especialmente por Petronio, tío y protector de Vinicio, Arbiter elegantiae del césar y autor de varias obras de gran humor e inteligencia, entre ellas El satiricón, que muchos consideran quizás el primer antecedente de la novela picaresca.

Sienkiewicz plantea Quo Vadis? como un escenario en donde habrá una lucha permanente entre conceptos antagónicos y acaso maniqueos: en primer plano, desde la trama histórica se pone sin dudarlo del lado del cristianismo primitivo, la contraposición de las costumbres ascéticas con respecto a los excesivos libertinajes de la sociedad romana; pero también cuando el plano se hace más profundo y podemos ver que en Nerón descansa el arquetipo del déspota de todos los tiempos, ése que hará lo que sea necesario por ostentar y al mismo tiempo conservar el poder: asesinatos “justificados” a cualquiera que se oponga a su voluntad, traiciones a sus propios seguidores, una lubricidad apenas gobernada, y todo fermentado con un elemento grotesco: su afición a las artes. 

La figura de Petronio es un refrescante contrapeso en la perspectiva maniquea que nace de Nerón y los cristianos. Y es que siempre que el Arbiter elegantiae está ante Nerón —a quien desprecia por su repugnante maldad, aunque al mismo tiempo disfruta burlándose de él mediante frases ambiguas y rimbombantes— sabe que literalmente se juega su propia vida, ya que si el tirano, instigado por los enemigos de Petronio, llega a retirarle su gracia, no le quedará más remedio que abrirse las venas tras, eso sí, una reunión sibarita con sus amigos para despedirse de la vida entre excelente comida, vino, fragancias e innumerables bellezas. 

Por otra parte, Petronio no consigue entender a los cristianos cuando reflexiona, sobre todo al ver los sufrimientos de amor de su sobrino Vinicio, en que todo aquello que ha sido considerado «bueno» —refiriéndose con eso a lo que procura al hombre belleza, amor y fuerza— entre los griegos y romanos desde épocas remotas, para los cristianos, sin embargo, es tan sólo vanidad y, por si fuera poco, éstos son capaces de perdonar a quienes los ofenden y de devolver bien por mal, obsesionados por ese extraño y fulgurante paraíso prometido por Cristo, a donde deben llegar inmaculados de espíritu. De esta manera Petronio representaría una mezcla de hedonismo y abandono cínico al azar del destino, que, por otra parte, siempre conducirá al mismo final:

«Mil veces he dicho que no valía la pena de pensar en la muerte, porque ella no nos olvida ni deja de presentarse a su tiempo, sin necesidad de que la llamemos». 

Y en este juego de contrapesos, el griego Chilón Chilónides es otra perspectiva antagónica del escéptico cinismo de Petronio, ya que en él se encarnará el proceso de conversión maniquea de extremo a extremo, pues de ser un traidor al más puro estilo de Judas, y acaso peor, ya que llegará a las altas esferas vendiendo a los cristianos, quienes le habían perdonado sus fechorías, y tras la masacre en el circo, de la cual él resulta un gran responsable, logrará reivindicarse ante sí mismo y ante los demás muy al estilo de Saulo de Tarso: gracias a una visión insoportable de los resultados de sus acciones, una sobrecogedora epifanía lo hará ver las cosas totalmente a contrapelo, con lo que «obtendrá el perdón celestial» y será felizmente martirizado.

Pese a todo, Quo Vadis? debe ser leída y disfrutada, aun cuando su perspectiva moral tenga ya poco que ver con el mundo actual: la historia épica que logra dibujar Henrik Sienkiewicz bien podría tener un sitio entre las más grandes de todos los tiempos gracias a su gran espectro de emociones humanas: del amor al humor, de la trama política a lo sobrenatural, de la traición al heroísmo. Y eso, créanme, no es poca cosa.