viernes, 15 de agosto de 2008

Bajo la rueda, de Hermann Hesse


Con Hans Giebenrath estamos desde el inicio ante las expectativas que ofrece un niño prodigio, hijo de un mediocre burgués. Somos testigos de los esfuerzos que emplea en los estudios, acaso por miedo a contrariar a su padre y a los profesores, quienes constantemente ejercen una presión sobre él: debe siempre aspirar a ser mucho más que el grueso de la gente. Hace un examen bastante difícil con el fin de ingresar al monasterio Cistercience de Maulbroon, para convertirse en teólogo; y a pesar de sus aciagos presentimientos, logra el segundo mejor lugar en conocimientos. Después de aquel esfuerzo supremo, parece que podrá descansar durante siete semanas, número que se suele atar a una relación directa con el elemento divino y que en la novela de Hesse está dirigido a una promesa de libertad. En esas siete semanas Hans cree que podrá hacer lo que más le gusta en la vida: pescar en el río. Sin embargo, casi de inmediato regresa a las actividades racionales. Y como consecuencia sufre constantes dolores de cabeza. La única persona que está en desacuerdo con semejante modo de vida para su edad, de entre quienes lo conocen y aprecian, es Flaig, el zapatero. Acaso una representación de quien tiene los pies bien puestos en la tierra, alguien que sabe esperar los ciclos de tiempo necesarios para que un fruto madure. Para él, Hans debería dejarse invadir por su niñez, disfrutar de la vida más cercano a la tierra que a las estériles inclinaciones de un teólogo. Le hace ver que un posible fracaso no significaría la muerte.
Así que comienza la vida escolar de Hans, el desfile de personalidades, entre las que se podrán encontrar a Lucius, experto en egoísmo y mezquindad; Hartner, quien impresionaba favorablemente a sus compañeros por su parte; el contradictorio Hamel, hijo del alcalde de una aldea de la alta Suabia; o Heilner, el poeta, quien resultará ser su único amigo y una influencia decisiva para los acontecimientos subsecuentes, pues es él quien le enseña a Hans, cuya carrera había comenzado de forma inmejorable, la vida normal de un adolescente, aunque con un fuerte apasionamiento en su personalidad. Heilner es un modelo distinto de quienes habían estado delante de Hans con anterioridad en el seminario. El estudio no es su preocupación fundamental, ni aspira a estar entre los puestos más altos, le gustan las experiencias estéticas y además trata de convertirlas en escritura. Esto incita a Hans a la reflexión: medita sobre todo lo que tiene y todo lo que ha perdido. Y es que esto último, aunado a la muerte de un compañero de habitación, lo llevan a hacer cosas diferentes hasta entonces: disfrutar de la amistad. Y por supuesto, las horas de estudio disminuyen. Y así seguirá hasta que es imposible permanecer en el seminario. Hans colapsa mentalmente y regresa a su pueblo natal, donde desde aquel momento será un don Nadie. Fracasa y está destinado a llevar la vida mediocre de la que tanto quiso huir, instigado por quienes creían que llegaría a ser un orgullo para el pueblo. Mas ya estando allí, no todo se ve tan malo. Incluso logra obtener trabajo como aprendiz de mecánico. Una actividad más ruda que pasar las páginas de los libros. Las presiones se han ido aparentemente y todo parece indicar que por fin se integrará a la sociedad, aunque desde una altura mucho más terrenal. El fracaso del seminario está casi olvidado. Y aun el amor le llega de una manera inesperada y arrebatadora, pues Emma es una chica ya un poco experimentada que le siembra el deseo del desfogue físico, sexual, algo completamente desconocido para él hasta entonces, un deseo que no obstante no logrará satisfacer debido a su torpe timidez. La chica se va del pueblo sin despedirse y él se da cuenta de que únicamente había significado una diversión para ella. Es el segundo fracaso de Hans.
¿Pero realmente estaba reintegrándose Hans a esa sociedad con una vida que no saliera del promedio de mediocridad de la mayoría? ¿Realmente todo fue producto de la juerga dominguera que se corre con la casta de mecánicos? Hesse juega con las posibilidades, porque cuando están bebiendo, Hans se siente incluso feliz; mientras que al final, al ir flotando su cadáver en las oscuras aguas del río, el autor dice que se había desprendido de las náuseas inmediatas de la borrachera, mas también de sus tristezas, sugiriendo acaso un suicidio al mismo tiempo que un accidente. Hans muere, pero deja flotando un cuestionamiento hacia la mecanicidad del pensamiento alemán, a su aspiración de formar ciudadanos racionales sin una apertura para los fracasos de la vida y alejados de toda experiencia cercana a la naturaleza, donde el espíritu y la materia sólo se estorban mutuamente.